Capítulo 41

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CAPÍTULO 41

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CAPÍTULO 41.

—No sé cuándo salga el resultado, cariño. Al parecer la doctora aún se demora con los exámenes… —dijo Bernardo acariciando los nudillos de su esposa en el hospital.

Le besó la mano y dirigió su mirada a esos ojos verdes que tanto le gustaban.

—Vamos a rezar por que todo se dé como queremos.

Le acarició la mejilla a su mujer y ella reposó su cara en la palma de su mano, haciendo a sus labios pasar por una fina línea.

Al instante una doctora salió buscando a alguien con la vista, alzando la cabeza y parándose de puntillas con una tabla de papeles en las manos.

—¿Bernardo y Carmen Verdecia?

La pareja se levantó de los asientos del hospital ante su llamado.

—Acompáñenme, por favor.

Tras una mirada de nervios entre los recién casados, todos entraron a la consulta. La doctora les hizo una seña para que se sentasen en las dos sillas ubicadas frente a una gran mesa blanca con papeles y bolígrafos. 

Carmen tomó asiento rápidamente y Bernardo estaba tan impaciente que no se podía ni sentar. Estaban inquietos por saber el resultado de ese test, de saber por qué razón lo intentaban tantas veces y fallaban, de por qué no podían tener un pequeño bebé entre sus brazos.

Carmen no había quedado embarazada de ninguna manera y decidieron que era un asunto que debían resolver con el médico.

—Dígame, doctora. ¿Ya salió el resultado? —preguntó Bernardo colocando las manos sobre los hombros de su esposa en un leve cariño.

La doctora asintió, con los labios apretados y las manos entrelazadas suspiró, observando los gestos de Bernardo, con las manos en los hombros de su mujer.

—Lo siento mucho. Los exámenes dieron como resultado que usted es estéril —dijo mirando a Bernardo quien frunció el ceño pero a la vez se puso pálido. 

Carmen se levantó de su asiento sorprendida, confundida. Abrazó a su esposo, escondiendo la cabeza en su pecho.

—Ay amor, nunca pensé que esto… —No pudo continuar pues el llanto la dominaba.

Bernardo solo la abrazó, dejando que escuchara los latidos de su desesperado corazón.

***

—¡¿Qué te dijo qué?! —Andrea se atragantó con sus palabras mientras tomaba un vaso de agua. Comenzó a toser muy fuerte dejando caer el vaso al suelo.

—¡Andrea! Andrea… ¿Estás bien? —Verónica le daba piñazos por la espalda hasta que 10 le hizo una seña con la mano para que parara.

—E-estoy bi-en. —Tosió, sus ojos con lágrimas y la cara roja. Luego se abanicó la cara—. Uff, oh my got —deletreó cada palabra con las manos en el rostro—. Así que el indomable y mayor mujeriego Eduard Méndez, a quien desean todas las chicas, está a tus pies.

Verónica daba brinquitos.

—Sí… Me dijo que a la que amaba era a mí. —Su cara roja de la alegría—. ¡A mí!

—Oh, mi amiga. En serio estás muy enamorada.

—Y sí, estoy contenta de estarlo. Estoy orgullosa. —Verónica no podía estarse quieta caminaba de un lado a otro y se abanicaba el cabello—. Uff.

—¿Y qué van a hacer?

Verónica pensó.

—Pienso hacerle una visita esta noche. —Le guiñó el ojo.

—Uhhh, la cosa está seria —alabó Andrea, mirándola con picardía.

Verónica sonreía.

—Nada, qué dices. Solo... quiero pasar más tiempo con él.

—Pues aprovecha, mujer —10 se levanta de la cama y camina a la puerta—. ¿Sabes qué? Te deseo suerte. Eres mágica. Eres única. Es tu hombre, todo tuyo.

Verónica se reía. —Ah, esta mujer.

Era la noche y Verónica estaba acostada en su cama, recordando esos bellos momentos que ha tenido con Eduard.

<<—¿No me habías dicho que era una santa? —Reía pícara.>>

<<—Sí, eres una santa. Una muchacha buena. —Verónica miró a Eduard con los cachetes inflados—. Buena para hacer maldades. >>

<<Abrió la boca. —Oye, me las vas a pagar. —dijo antes de tomarle los zapatos de debajo de la cama y salir corriendo de la habitación.>>

<<Considerando que Eduard estaba en calzones comenzó un gran salseo en esos alrededores.>>

<<—¡Oye, Verónica, detente! —Tuvo que salir de la habitación abrochándose el pantalón para correr tras de ella.>>

Era su vida, la vida con su amor.

Sonriendo un poco y olvidando por completo lo de su recién nacido bebé, se volteó al otro lado de la cama, para sentarse sobre esta y quedarse mirando la pared. Suspiraba aire dulce y puro, acordándose de todo y riendo sola.

<<—Prométeme que voy a ser el único en tu vida. Tu único y primer amor, no tu primera vez pero si todas las restantes. Prométemelo, Verónica. —Ella lo miraba.>>

<<—Lo prometo. —Eduard se acercó a ella y la colocó contra la pared para besarla. Un beso que despertaba en ella miles de sensaciones. Era suya, era suyo. Todo suyo. Era un maldito mujeriego, pero estaba cambiando—. Me vuelves loco mujer, estoy cambiando por ti.>>

<<Sonrió sobre sus labios. —Ahora tú prométeme que seré la única, tu primer amor. Prométemelo para sentirme completa. —Suspiraba profundo y su piel hacía escalofríos cuando Eduard la tomó de la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.>>

<<—Lo prometo. No eres mi primera de las veces pero si las que me quedan por la eternidad.>>

Eternidad…

Estaba duchándose: iría a una cita con Eduard. En la ducha pensaba y pensaba; ni el agua podía apagar las llamas de su ardiente corazón. Con el lateral de su cabeza contra la pared y cayendo el agua contra su cuerpo desnudo, pensó otra vez.

<<—¿Y no me lo planeabas contar? Si ese hombre no me lo dice estoy segura que ni me entero.>>

<<—¡Te lo iba a decir este mismo día!>>

<<—¿Este día? ¿Y los otros qué? Me buscas, hacen que todos pienses que soy la única, no te acuestas con ninguna, solo conmigo. Además de que eres un>>

<<—Verónica, yo te amo.>>

Te amo…

—Descuida, Eduard Méndez. Yo también te amo y te voy a demostrar que soy mejor que todas esas con las que has estado. Yo soy real y puedo ver tu corazón, puedo ver a través de ti.

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