Capítulo 27

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CAPÍTULO 27

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CAPÍTULO 27.

Este día la comisaría ha estado muy tranquila. Los policías trabajan en silencio, no hay tantos ruidos como an… —¡¿Qué?!

Olviden todo lo que dije anteriormente. ¿Ahora qué sucede?

—No, no, no, definitivamente no —decía Pólvora moviendo sus manos de un lado a otro, cruzándolas y descruzándolas.

—No nos queda de otra. Hay que averiguar, Pólvora —mencionó la detective, quien traía en las manos una bolsa negra con algo adentro.

—Yo me hago pasar por enfermera, por vagabunda, ladrona, narco, bailarina o mecánica —hace una pausa y señala a la bolsa—, pero no de monja.

—Pólvora, por favor...

—Ya dije que no.

3 doritos más tarde...

Pólvora salía de un vestidor con un vestido blanco, por los tobillos, sin una piza de maquillaje. Un velo blanco que caía hasta su espalda baja.

—Serías un muy hermosa monja, Pólvora. —Ríe Patricio mientras mira a Carolina salir del baño con esa vestimenta.

—Patricio, si usted no se calla la boca, me paso al bando contrario y lo descuartizo.

Patricio hace como si tuviera un cierre en su boca y la cierra cual zíper abierto.

—Recuerda todo como lo ensayamos —dijo la detective arreglando el disfraz a la chica de cabellos negros.

—Sí, mi detective Monsolini.

—Anda. Vaya a allá e intente sacarle hasta el más mínimo detalle...

Las mentiras pueden andar muy lejos, pero la verdad siempre se interpondrá en su camino. Hay una falla o una laguna descubierta, que siempre desborda los secretos. Verónica es una mujer audaz, pero también es un ser humano, y comete errores.

En este momento se escuchó dos toques en su puerta, llamando su atención y la de su cuñada, que se encontraban conversando en la sala, en la compañía de una taza de café.

—¿Quién será?

—Abre tú, Verónica —dijo Miranda poniendo la taza de café en el centro de mesa.

Una muchacha vestida de blanco, cabellos negros y labios gruesos estaba tras la puerta; mirando con un rostro Angelical a la señora Monserrat.

—¿Si?

—Buenos días, con la palabra del Señor vengo a hacer una visita a la comunidad.

—¿Eres devota, hija mía?

—Si señora, soy muy devota de nuestro Señor.

—¡Oh, qué gusto! —Miró a Miranda a sus espaldas—. Pásele, por favor.

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