Es el año terrestre 3627 y los límites de las posibilidades se vuelven extensos, muchas veces de horizontes difuminados, donde solo el perseguir una corazonada resulta ser el ingrediente secreto de un nuevo punto de inicio que nos demarque las brechas de nuestra realidad y el secreto mismo de nuestra conciencia humana. Esta última, prestada, inserta, desarrollada y/o evolucionada puede ahora ser partícipe de la proyección vital en nuestra carrera por la subsistencia o ser el instrumento de la ruina.
Por eso mismo, mis investigaciones han ido, durante décadas, desentrañando el saber desde los conceptos biológicos y físicos que rigen el pulso vital de nuestro existir como seres humanos, únicos e individuales, cuya característica primordial se ciñe al ser emocional que razona. De esta forma, el arte ha sido parte inquebrantable e inexorable de nuestra felicidad en todas las etapas del ciclo vital, es decir, un soplo de vida en «nuestra carrera en contra del reloj biológico... antes de nuestra muerte».
Pero es posible que todo esto sea solo una representación superficial del presente y solo una muestra de la extensión de nuestras capacidades más volátiles, esas que nos llevaron fuera de la órbita de nuestro planeta. Es posible que estemos viviendo en un fragmento de nuestras capacidades reales de desarrollo cognitivo y cultural. Así mismo ¿sería adecuado homologarlo con un sobrenadante en la superficie de la verdadera naturaleza?
Desde siempre, quise saber cómo podía un día cualquiera afectar el ánimo, igual que una nube que absorbe un rayo de luz es capaz de desentrañar una conducta y con ello saber que, detrás de esa conducta, se requiere la movilización masiva de neurotransmisores cerebrales en grupos neuronales específicos. Así es como dichos procesos, al ser expuestos al exterior de nuestro cuerpo, pueden transformarse en un mensaje concreto que conlleve al encanto, generando un vínculo afectivo en una relación pasajera o en una mera formalidad, carente incluso de palabra alguna.
Esto es lo que me ha intrigado desde entonces, esa percepción sensorial olvidada en alguno de nuestros órganos de los sentidos, ese que ha estado dormido y todos, incluyendo los mismísimos científicos, cuya existencia desconocíamos, pero que quizás a lo largo de nuestra vida hemos experimentado su presencia: el despertar de su sentir. Me refiero a la sensación de acogida o rechazo de quienes, sin gesticular o ejercer una orden, son capaces de acercarnos o alejarnos y, muchas veces, despertar un sentimiento de rechazo o afecto en ausencia de una señal o un mensaje visible.
Han pasado décadas en mi vida y cientos de años en quienes alguna vez fueron mi más preciado tesoro, quizás mi única compañía. Partes fundamentales en la búsqueda de nuestra propia naturaleza; el desarrollo de todo nuestro potencial existencial, ese que alguna vez estuvo dormido y luego fue apabullado por las multitudes durante la eclosión de nuestra experimentación. Nunca fuimos una amenaza para el desarrollo de la humanidad. Tal vez, sí para los intereses predatorios de aquella mayoría sedienta de poder, capaces de someterse a sus líderes con tal de sentirse representados a través de ellos y festejar nuestra marginación hacia el olvido, juzgándonos y negándonos nuestro derecho natural hacia la evolución.
El tiempo ya no es solo relativo y el espacio no es solo tiempo. Hoy en día es un delicado equilibrio entre el principio y el final, donde confluyen las corrientes de la existencia y el vacío del no existir.
Espero que este retorno a mi planeta natal signifique el comienzo definitivo de una nueva era para los que están por nacer. No existen palabras para dimensionar las emociones marchitas que llevamos en nuestro ser, lo que realmente significó presenciar nuestro propio exterminio.
Lo pienso en plural, como si todos pudiésemos volver a formar parte de lo que alguna vez fuimos en nuestros años más prósperos de coexistencia indiferenciada. Es como si quisiera seguir buscando la forma de reconciliar mi entender desde la infancia. Concebía a los humanos como una sola especie. Sin embargo, la regla era todo lo contrario, aunque aún me siento parte de esa «humanidad».
Me cuesta materializar la idea de que los humanos llegasen tan lejos contra nosotros mismos, a pesar de que fueron y seguirán siendo parte clave del inicio de nuestra acelerada evolución.
A toda esa civilización autoexterminada hoy todos nosotros, incluyéndome a mí mismo, los perdonamos. Nuestras emociones solo reflejan compasión por sus errores irreversibles. Ahora somos aún más diversos, más unidos y prósperos como nunca, estando seguros de que provenimos de nosotros mismos. Aunque superiores, nuestros pares aventajados por más de mil trescientos años mantienen intacta nuestra esencia emocional. Esa pequeña parte de nuestro cerebro nunca formó parte de un sistema precario, sino que es el núcleo de toda la compleja red neuronal que nos guía nuestro camino a recorrer, como luciérnagas en la noche más oscura, cuando todo está confuso y las variables apuntan en nuestra contra. La clave de todo esto estuvo y permanece en nuestra naturaleza emocional, la misma que puso a prueba la existencia conjunta de dos subespecies diferenciadas por el dominio de la evidencia, la empatía y la compasión.
Ojalá nada de esto hubiese pasado, pero siempre se dijo: los viejos nos volvemos nostálgicos. Esta vez tendré nuevamente la oportunidad de reencontrarme con la huella del inicio de nuestra vida, acompañado por las nuevas e inquietas generaciones de seres superiores. Es justo por estas virtudes humanas compartidas que han cumplido mi deseo más anhelado, impulsado desde el fondo de mis emociones y a ellos, mostrarles personalmente el punto de inicio que cambió nuestro rumbo. Ya está todo preparado, estoy listo para... VOLVER A CASA.
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Pareciera ser el final de aquella búsqueda que dio inicio al desafío que se liga a las conexiones existentes en las ciencias biológicas y físicas en una hipótesis que involucra una extensa falta de sustento bibliográfico y evidencia. De esta misma manera, inducido únicamente por una corazonada, su intuición logra llegar a un consenso espiritual más allá de las religiones, siendo su propio afán de desentrañar el principio de nuestro existir para acortar la brecha que nos separa de lo que podría ser nuestro origen: universo y humanidad son uno solo... así la vida es al cosmos.
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Biodistopía «Destino prohibido»
Science Fiction¿Un trío en medio del espacio? La sociedad se fue a la mierda y solo los "Despiertos"... ¡Descúbrela!