Todo era diferente llegado ese momento. Ya no había ruido externo. Ya no había gravedad que aprisionara contra el suelo. Hasta la luz del Sol era más blanca y radiante. En esencia, se encontraban en un territorio inexplorado para la mayoría, inclusive los pilotos de las naves donde se desplazaban. Era el momento de un nuevo amanecer. Era el momento de hacer un balance de todo lo sucedido. Era el momento de dejar todo atrás y encarar un nuevo comienzo.
Las naves iniciaron un estado de velocidad crucero en dirección a la órbita de Marte e Ignacio no dejaba de pensar en los momentos que había compartido con Misui y Charles, quien era su mejor amigo, con quien vivía el día a día fuera del contexto académico y laboral, recordando aquel momento en que ambos salieron por la noche a beber unas cervezas y planificar la solución de los problemas al calor de un trago en buena compañía. Todo lo conocido hasta ahora tenía otro matiz y era así, todo estaba cambiando desde el momento que iniciaron el escape, dando las gracias por no haber perecido en el intento con la ayuda de los que hicieron que eso hubiese sido posible, aquellos «héroes sin capa» que dieron la vida por creer en ellos, por creer en el futuro de la especie humana más allá de los límites del planeta natal. Aquel planeta que habló su lenguaje priónico, descifrado por ellos mismos y les advirtió los peligros que acechaban en los confines de otros continentes. Aquel planeta que dio luces de esperanza en que todo no está muerto mientras aún brille la luz de la humanidad en el cosmos infinito, dándole una cuota de aliento de vida para dar el gran salto. Un salto que llevaba implícito el despojo total de las comodidades de la atmósfera nativa, para enfrentar un nuevo ambiente artificial con el cual se debiesen familiarizar y al que tendrían que adaptarse pronto.
—¿Qué piensas, Isabel? —preguntó Ignacio.
—Aquí todo está en calma.
—Lo necesitábamos.
—No necesito nada más si te tengo a mi lado —le dijo tiernamente.
—Somos amigos, los únicos amigos de verdad quizás en toda esta multitud.
—Ignacio, somos más que amigos. Nuestras energías danzan sin parar cada vez que estamos cerca el uno del otro. Desde aquel momento que estuvimos en la casa de Randy y Berta, nuestros hilos rojos se cruzaron y no hemos sido ajenos a los eventos, inclusive a tu momento con Aheila, a quien admiro mucho por haberte salvado la vida, pero, aunque no lo quiera, me genera una sensación inequívoca de celos por hacerte en aquel momento parte de su vida y, bueno, no la culpo por eso, pero me intriga lo que viste en ella, lo que te motivó a traer sus restos, y eso hace de ti alguien aún más interesante. Por sobre todas las cosas, te admiro. Al menos dame este privilegio. De entre tanta miseria y destrucción, llamarte «mi amor».
—Esto es una transgresión inquisitiva a la individualidad expandida de las interacciones en la dimensión del plano existencial conocido. Es decir, Isabel, acepto que entre nosotros hay algo más que un bonito recuerdo de un encuentro de luz en aquella sombría realidad donde intentábamos saber que estábamos vivos. Somos más que un mero accidente.
—Somos armonía trasmutada en un delirio de placer, amor —dijo Isabel mirando fijamente a los ojos de Ignacio.
—Somos la realidad de una existencia variable. Somos un atisbo de vida en el caos, y el universo nos llama a mantener vivo el fuego de la vida —dijo Ignacio mirando a una tímida Isabel.
La Tierra pudo haber eliminado a la humanidad de su faz, pero ella misma la creó y, a través del lenguaje priónico, la única forma de propulsar el potencial contenido en el código genético, la misma herramienta básica de comunicación, esperó el momento propicio para que los humanos pudiesen estar listos para evolucionar y, así mismo, ella hacerse eterna en los confines del universo, por lo que llevan su impronta independientemente del lugar donde se encuentren.
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Biodistopía «Destino prohibido»
Science Fiction¿Un trío en medio del espacio? La sociedad se fue a la mierda y solo los "Despiertos"... ¡Descúbrela!