Capítulo 1 «Blanco encierro»

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La ciudad de Nueva Esperanza, perteneciente al país/estado República Patagónica, situado en el Cono Sur del continente latinoamericano, se extendía desde lo que alguna vez fue Puerto Edén por el Pacífico hasta Puerto Santa Cruz en el Atlántico. Esta hiperciudad estaba distribuida hacia ambos límites, desde las costas Pacífico-Atlánticas, extendiéndose casi continuamente por los Andes, comunicada con vías de alta velocidad a través de las profundidades de las montañas, densamente poblada con una interconectividad única en el mundo. Reconocida como la ciudad más desarrollada de toda América, tuvo sus inicios hace más de cien años, cuando gobiernos locales de ambos países soberanos decidieron, mediante mutuo acuerdo y de forma pacífica, fusionarse en una sola nación, impulsados por la congregación masiva de población pujante hacia el desarrollo económico, político y social, convencidos que la dispersión de ellos a lo largo de los territorios nacionales era el motor que mantenía a una población parasitaria, por lo que su unión dejaría en evidencia el potencial de desarrollo del trabajo en equipo de los que realmente producen.

Fue una apuesta arriesgada, en un territorio frío y hostil, pero que tuvo sus frutos en menos de tres décadas desde el 2065, transformándose en la ciudad tecnológicamente más desarrollada, próspera y segura que el mundo entero había visto crecer, después de que Singapur quedase sumergido en el mar, producto del cambio climático, alza del nivel del mar por hundimiento del terreno y derretimiento de los polos, lo que convirtió a esta última en la primera ciudad casi por completo submarina, salvo por los rascacielos que se alzaban imponentes hacia una calurosa superficie.

Era uno de esos días de invierno, donde se desarrollaba una nueva jornada de investigación en el laboratorio del instituto de ciencias biofísicas X&Y-Biogen, que se ubicaba lejos del centro montañoso de Nueva Esperanza, a unos ocho kilómetros de la costa del Pacífico. Dicha edificación se caracterizaba por la modernidad, con sus características arquitectónicas orgánicas, con curvaturas esbeltas de diecisiete pisos y largos corredores interconectados como una verdadera red, en paralelo a las escaleras que conectaban un piso con otro. Este diseño otorgaba la posibilidad de deambular incluso cinco veces la distancia requerida para llegar a otro destino. Todo esto fue pensado para dar un espacio de reflexión y, a su vez, proveer un descanso donde el científico pudiera caminar y meditar una idea en desarrollo, aunque, con el paso de los años, el desgaste se hacía presente desde su blanca fachada hasta los zócalos más compactos, en donde un gran número de profesionales desarrollaba investigación pública y privada, coexistiendo aún en perfecta armonía. Aunque el deambular de un ala a la otra, inquietaba a quien no estaba familiarizado con los blancos y oscuros corredores iluminados solo en su justa medida para no perderse en la inmensidad de la edificación.

La estadía de los científicos en el edificio se prolongaba más allá de lo habitual, el tráfico a esa hora hacía imposible no pasar un mal rato y el estrés añadido por avanzar a menos de cinco kilómetros por hora hacía poco atractiva la idea de volver a sus hogares en ese horario, por lo que los colegas de investigación destinaban el tiempo para compartir las ideas más extrañas y desbordadas, acompañados de un buen café con tostadas. Así nació La Organización. En ella lograban sacar, a fuerza conclusiones hipotéticas de fantasías existenciales, tratando de unir las brechas de dichas aseveraciones solo con imaginación, sustentada en los conocimientos y virtudes de sus grandes mentes y capacidades, algo así como un cuento narrado de la infancia y pensamiento científico del más alto nivel.

La organización era particular, quien tenía el deber y el derecho a presentar una idea en una plenaria no oficial se escogía durante el mes de charlas informales al azar y, por voto democrático, se seleccionaba al más innovador e ilógico, el cual llevaría a cabo su plenaria durante una mañana todos los meses de invierno, normalmente solo tres charlas al año. Con ello conseguían una pequeña pero entusiasta asistencia casi inamovible, ya que lo emocionante radicaba en la metodología que buscaba desarrollar, a través de «hipótesis fundamentadas» donde previamente no existía evidencia científica que sustentase el enunciado siquiera, pero que servía como «una amalgama de ideas rebeldes sin explorar».

Biodistopía «Destino prohibido»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora