Prólogo 3 «Señales de desesperanza»

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Corría el año 2218, precisamente un jueves 21 del mes de junio, y ya nos acostumbrábamos al ritmo del mundo transglobalizado, aquel que no concibe al ser humano como un producto individual, sino que se entiende como un ciudadano, un instrumento ideológico con fines políticos de una mayoría que reniega del principio universal de la diversidad, utilizando en su nombre consignas represivas que subyugan la expresión de quienes se proyectan al éxito personal, que desemboca en alcanzar la paz en el abanico de recompensas ligadas a los logros personales. Atrás quedaron los tiempos donde se reconocían y valoraban las competencias propias del ser humano como ente profesional individual, pasando a ser ahora solo «otro igual», cuyas necesidades están cubiertas por el dinero y quien las otorga solo es un intermediario entre la necesidad y el producto. Un mundo que te juzga y te condena por ser exitoso en lo emocional. Es decir, que, proyectando tus sueños, resultas ofensivo a una mayoría que no tolera ser miembro partícipe de los anhelos de crecimiento de otro que no sea él mismo o de otro que funja como instrumento con fines de perpetuar un sistema cerrado, que dicta normas de una moralidad cuestionable, basada en los errores eclesiásticos y legales de un sistema judicial decadente, compuesto por las mismas personas que forman el conglomerado dominante en opinión y comunicación. Ese que ha llegado profundamente a una sociedad que cada día envejece más y se renueva cada día menos de seres humanos que valoren la libertad.

Es así como desconocemos el verdadero origen del anarquismo, aquella utopía que, desarrollada con compromiso cognitivo, hace que te gestiones tu propia responsabilidad en una vida en sociedad, donde tú te haces cargo de tus virtudes y limitaciones para así proporcionar el fruto de tu trabajo al más alto nivel. De esta forma, ser recompensado en el mejor modelo económico concebido por años como el impulsor del bienestar, además de la riqueza, con sus virtudes y desventajas, pero para aquello estamos nosotros, los ciudadanos, como miembros profesionales, como arquitectos de la red asistencial que eleva las condiciones, nivelando siempre hacia arriba la calidad de vida de todos. Ese modelo creado por nosotros nos permite extender lazos de profesionalismo y bondad capaces de generar un fragmento de riqueza en todos los niveles. Nosotros mismos, como filósofos urbanos, seres que amamos y recibimos las bondades mitigando amenazas del día a día.

De esta forma, he tenido en mente, cada vez más presente, el rol que me compete de acuerdo con mis habilidades cognitivas, las cuales he desarrollado a lo largo de mi vida. Aquellas habilidades que se escinden y se proyectan lejos de un sistema educativo instruccional de colegiatura tras colegiatura que solo nos entrena en responder y reaccionar, con poca capacidad de análisis crítico, pacífico, sustentado y constructivista.

Resulta increíble cómo personas bajo un mismo sistema son capaces de menospreciar a quien obtiene mejores resultados en un mismo examen, solo por el hecho de ser diferente al resto del grupo, yo pensé que se limitaba a caprichos de adolescentes, en donde el mejor compañero de curso era quien demostraba ser el más alborotador y no quien empleaba su tiempo en ayudar a la comprensión de lo que para muchos era ininteligible o complicado. Aquellos mismos que, habiendo asistido para que razonaran y obtuvieran una mejor comprensión de la materia en estudio, luego te apuntaban con el dedo solo porque sus notas no se comparaban con la tuya y te insultaran porque, gracias a tus mejores calificaciones, ellos no tenían oportunidad de apelar para modificar las escalas de evaluación (hacia abajo) y así obtener una calificación ficticia, que les regocijara el ego de triunfar con el mínimo esfuerzo.

Esto, hoy en día, es el aura y la atmósfera social de aquella mayoría que se desempeña en el ámbito profesional quienes, consciente o inconscientemente, truncan el despertar del conocimiento metacognitivo de las nuevas generaciones.

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Este es Ignacio Cov, unjoven científico de treinta y tres años. Su tez morena lo hacía lucir siemprecomo recién bronceado y junto a su gran estatura, cabello negro y largo hastalos codos, el que solía llevar tomado al estilo «MUN», imponía una presenciaque no pasaba desapercibida. Sus ojos marrones almendrados, delataban una miradaprofunda, que analizaba hasta los más mínimos detalles de todo lo que seencontraba a su alrededor. Su voz ronca resultaba a veces algo apagada, perosus palabras traspasaban un gran número de sensibilidades cuando estas caían enlos oídos equivocados, por lo que solía llevar sus ideas de rebelión bajo sietellaves. Muchas veces visto como una amenaza, resaltaba una actitud cálida ycolaborativa, demostrando su timidez para enfrentar situaciones de conflicto,las cuales solía evitar o eludir, por lo que su temperamento real eradesconocido, incluso para sus más cercanos. Llamaba la atención los detallesartísticos en su cuerpo, que, con múltiples tatuajes de tribales desde lacabeza hasta sus pies y piercings en las cejas, orejas, labios y pezones, hacíaparecer a quienes no lo conocían en su intimidad personal y profesional, que setomaba todo con mayor ligereza.

Es quien observa críticamente la sociedad en la que se desenvuelve. Esto representa solo un fragmento de un sentimiento sin mayor explicación, que lo conduce a pensar que la resiliencia y la adaptación en comparación con la frustración, además del deseo de lo que no te pertenece, que pareciera favorecer al resto y, a su vez, anhelar tenerlo sin poner cordura al proceso de desarrollo de uno mismo como individuo. Es el resultado de eventos biológicos genéticamente expresados en su estado más puro, pero el pensamiento continuo y la adaptación como hábito de pensamiento negativista es el responsable de conducir a eventos que marcarán el destino de la humanidad.


Biodistopía «Destino prohibido»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora