Capítulo 16 «Una visita inesperada»

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Ignacio tenía ciento tres años, Aheila cien años e Isabel ciento un años, sobrepasando todos la barrera de los cien años, lo que era común a esas alturas del desarrollo biológico ligado a los cuidados biomédicos precoces, siendo las alteraciones tratadas en la etapa de factores de riesgo, por lo que se condicionaba la «no evolución» hacia la enfermedad, manteniéndolos libres de las complicaciones que habitualmente cobraban la vida de la población en el contexto de las enfermedades cardiovasculares y oncogénicas.

El tiempo había pasado, pero habían podido llevar una vida tranquila y pacífica, viendo desarrollarse a nuevas generaciones de su propia familia, habiendo educado sus hijos en biociencias moleculares, quienes se desempeñaban como científicos a bordo del laboratorio experimental de biofísica, desarrollándose de manera similar a como lo hicieron sus padres, habiendo Aheila inculcado a Andrea que nunca perteneciera a ninguna fuerza armada, porque, si bien era una carrera a bordo bien remunerada, el único soldado que había estado en combate real era Aheila.

Por fin era posible encontrar un lugar donde no existiesen individuos que obligaran a los más habilidosos a tener que renegar y a su vez subestimar sus propias habilidades para tener que ser obligado a estar a la altura del resto por obligación de la «mayoría».

Uno de aquellos días habituales, estando todo en calma, un destello gigantesco emergió desde el costado derecho donde se encontraban algunos residentes, quienes vieron una estructura masiva, que hacía ver la MC-2 como un pequeño objeto frente a tan enorme estructura de aproximadamente veinticinco kilómetros de largo por cinco de ancho, de una tonalidad blanquecina radiante.

—Capitán, intentan comunicarse con nosotros —dijo un operador de mando.

—Abra un canal directo —solicitó el capitán.

—Entendido —respondió el operador—. Aquí MC-2. Se solicita identificación previa a emisión de mensaje.

—Hablamos su mismo idioma. Solicitamos permiso para hablar con su capitán —dijo una voz de la nave desconocida.

—Permiso concedido. Habla el capitán Kennet Gleiser.

—Capitán, hemos venido en paz. Espero que no se sientan intimidados. Queremos abordar su nave para entregar en persona algo que ha estado con nosotros desde hace mil trescientos años terrestres —dijo aquella voz.

—Permiso concedido. Acóplese a plataforma 4 ubicada en extremo de la nave —indicó el operador previa aceptación por parte del capitán.

—No es necesario. Es mejor que nosotros ingresemos su nave en la nuestra y así podrán salir los que deseen a conocer nuestra estación intergaláctica —respondió el operador de la nave alienígena.

El operador de aquella nave alienígena se notaba demasiado empático, lo que era raro, a su vez pretendía que la nave completa estuviese dentro de su nave, lo que parecía un poco de sobre confianza, pero en esas circunstancias era mejor darle la mano a un candidato a amigo.

—Antes que todo, necesito saber quiénes son y de dónde vienen —dijo el capitán Gleiser.

—Venimos desde muy lejos para ustedes. Once mil años luz de distancia, del planeta Único —dijo aquella voz del contacto.

—Permiso concedido —indicó el capitán.

Por lo que la nave fue integrada en una gran compuerta inferior de la nave alienígena, quedando suspendida en gravedad cero, indicándose luego que podían salir, que había oxígeno en las mismas concentraciones que en su Tierra natal, y que ellos también respiraban la misma concentración atmosférica.

—Se les solicita a todos los residentes que estén calmados. No son hostiles, hablan nuestro idioma, respiran oxígeno como nosotros y vienen de once mil años luz de distancia del planeta Único. Pronto entablarán el primer contacto con la planta directiva de oficiales a cargo de la nave. Ustedes tienen que permanecer ordenados. Posiblemente seamos invitados a ingresar a recorrer su nave —se dijo por alto parlante.

Biodistopía «Destino prohibido»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora