Treinta y tres

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─¿De dónde sacaste este auto? ─le pregunté a Mayra cuando ya estábamos internados en la carretera. Sobra decir lo impresionado que estaba tan solo de estar montado en un auto como ese.

─Es de mi madre─ respondió─. Me lo prestó para venir por ti.

─¿Tú madre tiene mucho dinero?

─Y yo también ─contestó sonriendo.

No recuerdo a qué distancia está Sayula de Yatareni, pero, debido a la velocidad del automóvil al que íbamos, sólo nos tomó veinte minutos llegar a la cabecera municipal.

Aproveché para, admirar de paso, el famoso cerro que mencionaron los demás chicos, el que esta supuestamente embrujado. Traté de buscar la cueva que dijo Mayra Palacios pero no la vi.

Llegamos a un edificio de unos cinco pisos en el centro del pueblo, era uno de los más altos de Sayula, un edificio de oficinas de la editorial de la madre de Mayra.

Aparcamos en un estacionamiento en el sótano y entramos a las oficinas, llegando a donde estaba su madre por medio de un ascensor hasta el último piso.

Una puerta bastante ancha hecha en su mayoría de vidrio, y en el cual, estaban grabadas la inicial de la editorial de la madre de Mayra, nos dio la bienvenida.

La editorial se llamaba Haiku.

Era un amplio espacio con poco mobiliario y agradable a la vista. Quizá de esos que dicen que están ordenados según la filosofía zen.

Y ahí estaba su madre, sentada frente a un escritorio, y tras de ella, una gran ventana con una panorámica de Sayula.

Debo decir que, desde el primer momento en el que cruzamos miradas, me puse tenso. La madre de Mayra impone demasiado, tanto por su aspecto como por la mirada penetrante que me lanzó aun antes de que entrara a la oficina.

De rostro sereno y perfecto, tenía el cabello negro atado en un moño como los que usan las mujeres militares además de dos mechones de cabello que cubrían un poco sus mejillas, y parte de los anteojos finos que usaba.

No parecía su madre, parecía más como una hermana mayor porque, aunque dudo que pasara de los 40 años (por la edad de Mayra) se veía de 25 o máximo 30, y para rematar, tenía un cuerpo perfecto.

Vestía un traje ejecutivo de marca y estaba sentada en una silla que, más bien, por su tamaño, diría que era como un trono.

Una típica villana de telenovela con todo el poder que pueda tener.

La mujer cruzaba las piernas y los brazos como una madre que esta por regañar al hijo que llegó tarde a casa.

Me sentía más como el novio que va a visitar por primera vez a los padres de su novia.

─Bu... buenas tardes ─dije apenado mientras me acercaba lentamente. Mayra entre tanto, tomaba lugar en un sillón hecho totalmente de piel a un lado, se sentó, cruzó los brazos y por momentos cerró los ojos. Ahí entendí que estaba completamente solo.

La mujer hizo un gesto con el rostro que entendí perfectamente y rápidamente, tomé mi lugar en el asiento frente a ella. En el escritorio estaba el manuscrito de mi novela. Por lo gastado que estaba asumí que tenía demasiadas correcciones.

─¿Tú eres el que escribió esto? ─me preguntó sin ningún tipo de consideración.

─Si-si, ─respondí sintiéndome muy pequeño─. ¿Le gustó?

No dijo nada, pero el rostro de pocos amigos que tenía no se le quitó.

─Mi hija me platicó que escribiste una novela y que pretendías publicarla ─comentó muy seria─. ¿Cuánto tiempo te tomó escribirla?

Yatareni - Volumen UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora