Ocho

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Mi tía preparó el desayuno. Además, me dio una aspirina para que se me bajara el dolor de cabeza.

Después de desayunar, bañarme y alistarme, salí de casa de mi tía dispuesto a buscar trabajo.

O eso pensé. No estaba realmente tan dispuesto, y no precisamente por la resaca.

A pesar de que vine aquí para trabajar, porque de otro modo, no habría venido, me daba bastante pena presentarme a la oficina del arquitecto.

No pensé en ello, en el hecho de que soy un completo desconocido para este pueblo y de que, llegar de la nada a pedirle trabajo a alguien a quien jamás había visto me apenaba mucho.

Mis tíos ya me habían dicho dónde estaba ubicada la oficina del arquitecto y cómo llegar, pero a la hora de la hora no me animé a entrar.

Me acercaba lentamente al lugar como para hacer tiempo, pero siempre que me animaba a querer entrar, no lo hacía, y permanecía desde lejos observando.

La oficina del arquitecto destacaba entre las demás construcciones del pueblo por su estilo propio de una ciudad, un pequeño edificio de estilo minimalista.

Definitivamente era la oficina de un arquitecto.

Y ese diseño era tan extravagante para los pobladores de este lugar, tan acostumbrados al adobe, la madera y demás materiales nativos de la región.

Supongo que pensaba todas estas cosas para matar tiempo, aunque sabía que en algún momento tenía que entrar.

Planeaba decirles a mis tíos que encontré la oficina cerrada y que volvería al día siguiente cuando, espero, pudiera conseguir el valor suficiente para entrar, pero, ya he perdido bastante tiempo, no me creerían.

Además, en algún momento tendré que presentarme.

Qué pena, si se supone que para esto vine a Yatareni.

Pasó un rato y se empezó a nublar otra vez.

Aquí siempre esta nublado o lluvioso.

Y entonces encontré un buen pretexto para matar el tiempo, o para esperar a reunir el valor suficiente.

Decidí entonces escalar de nuevo el cerro y llegar a la iglesia abandonada, con la esperanza de encontrarme con Mayra.

Si la otra Mayra decía la verdad, esa chica siempre andaba por aquí en los días nublados.

La verdad, es que quiero verla de nuevo desde que llegué a Yatareni, pero no sé dónde vive ni como encontrarla, así que supuse que la única manera de localizarla era en esa iglesia abandonada.

Todavía no llegaba a aquel lugar, pero ya podía mirarlo desde lejos, cuando pude oír que no estaba solo.

Aquella chica apareció por otro sendero. Cuando nos dimos cuenta, ambos llegamos al mismo tiempo a la iglesia.

Como si le hubiera leído la mente, esta chica es tan predecible.

Otra vez usaba su capa roja, aunque esta vez, el vestido victoriano que usaba era diferente, pero seguía siendo predominantemente negro.

Creo que al inicio no me reconoció porque tardó en reaccionar.

Apenas habían pasado cuatro meses desde que nos vimos por última vez.

─Mayra ─dije sonriendo tratando de no asustarla.

─¿Quién eres? ─me preguntó.

─Soy yo, Eliseo ─respondí─. El chico con el que te encontraste hace cuatro meses aquí, que viene de la ciudad.

Yatareni - Volumen UnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora