D I E C I O C H O

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1900

Italia, La Toscana.

Después de trabajar durante todo el día bajo un radiante sol y 38 grados era agradable pasear por el campo mientras la brisa veraniega refrescaba mi sudorosa y bronceada piel. Lo único que me agradaba de trabajar en un viñedo eran las maravillosas vistas que me ofrecía el atardecer mientras volvía a casa con mi estúpida y aburrida familia. Mi familia solo vive para trabajar y trabajar y poder vivir un día más en una casa que se cae a cachos. Yo no quiero eso. No quiero ser un viejo amargado, casado con una mujercita que no me hace feliz y tres hijos a los cuales deberé alimentar durante el resto de mi vida. ¡Quiero vivir! ¡Quiero poder! ¡Dinero, joyas y mujeres hermosas que me adoren por el poder que supura mi piel! Pero nací en una cuna maltrecha y oxidada.

El cielo se veía maravilloso a esta hora del día, mientras el sol se escondía entre los viñedos el cielo se pintaba de colores anaranjados. Era todo un espectáculo. Me quedé ahí de pie observando cómo poco a poco el sol se iba poniendo hasta que la noche cayó sobre mis hombros y las miles de estrellas ahora eran las que gobernaban el oscuro cielo. Volví a mi camino no sin antes arrancar varias uvas y llevármelas directamente a la boca. Estaba hambriento y sabía que la comida que habría en la mesa sería ridículamente escasa. Algún día Thomas, algún día serás invencible y todos se arrodillaran ante tus pies. Solo debes de esperar. - pensé. Deseaba con todas mis fuerzas ser alguien que quizás jamás lograría ser. Por ahora solo optaba a ser como mi padre. Un currante. Algunos se sentirían satisfechos con esta vida, pero yo no soy así. Necesito algo más. Salir de este maldito pueblo y ver algo más que vagos que no desean prosperar en la vida. A mí me llaman "el soñador", "el que duerme despierto" por querer una vida mejor. Ellos se creen mejores que yo, pero nadie, absolutamente nadie es mejor que Thomas. Patee con rabia varias piedras que había en mi camino, y cuando me sentí un poco mejor conmigo mismo emprendí la caminata de nuevo, esta vez aligerando un poco el paso, ya que se había hecho completamente de noche y no era muy seguro andar por aquellos lares a solas e indefenso. Al alzar la vista de la carretera de tierra me encontré a varios metro de distancia con la figura de un hombre. Me detuve en seco y le observé. Sentí como rápidamente la adrenalina recorría mi cuerpo y la sensación de temor me impulsaba a pensar en formas de escape. Analice su cuerpo; era delgado y de estatura media, en eso yo tenía ventaja. Mido metro noventa y peso alrededor de noventa y un kilogramos. Al estar levantando diariamente sacos y maquinaria pesada desarrolle un cuerpo lo suficientemente grande como para poder tumbar a cualquiera que se interponga en mi camino. Estamos en campo abierto y rodeado de viñedos, puede ser peligroso pero puedo despistarlo. El hombre seguía ahí de pie, con una pose relajada, sus hombros estaban rectos pero sin tensión ni crispación, las manos las mantenía guardadas en los bolsillos de los pantalones. Para estar en medio del campo se veía demasiado bien vestido. El traje era de color oscuro y brillaba ante la luz de la luna. Los zapatos de vestir eran igual de oscuros y la luna se reflejaba en la punta de estos. No se veía amenazante. Quizás solo está perdido. Aunque su forma de comportarse aun me crispa los nervios. ¿Por qué está solo en medio de la noche con un traje demasiado caro para ser de la zona? ¿Por qué no ha hablado en ningún momento? Si estuviese perdido habría hablado conmigo al verme. ¡Se habría alegrado incluso! Pero no. Opte por la mejor idea; caminar hacia los viñedos con tranquilidad y esperar a su reacción. Caminé varios metros y al girar mi rostro para localizar a aquel extraño hombre no lo vi. Giré mi cuerpo al completo en dirección hacia donde antes había estado aquel tipo, pero nada, se había esfumado completamente. La adrenalina y el terror volvieron a inundar mi cuerpo. Algo va mal. ¡Corre! - pensé.

Pero aquello fue en vano. Al girarme me encontré con unos enormes orbes rojizos. No me dio tiempo a gritar, a golpear o si quiera a escapar. Lo último que recuerdo fue el rostro perfecto del susodicho y unos dientes más blancos que la luna acercarse a mí con peligrosidad. Luego todo lo que recuerdo es como las llamas invisibles consumían poco a poco mi cuerpo de una forma tan dolorosa que no podría jamás describirla.

BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora