2: Toxina y medicina

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2: Toxina y medicina

—¡Julie!

Levanto la vista de las líneas que acabo de escribir.

—¡Tía Amber!—sonrío, con fingida emoción—¿Qué tal?—hace el amago de sentarse en mi mesa, y no me queda otra que quitar mis cosas de la silla que quiere ocupar—Ay, perdón.

—Iba de camino a tu casa y se me han apetecido los bollitos que hay en el escaparate—da un bocado al dulce—. ¿Cómo estás?—echa un vistazo a mi libreta junto a mi café medio vacío—¿Estás escribiendo?

Asiento con timidez. De nuevo, la imagen de la reseña se plasma en mi cabeza: «No me quiero imaginar el suplicio por el que están pasando sus familiares al tener que decirle que les gusta la bazofia que escribe». Se me borra la sonrisa. ¡Será maldito! Me persigue, me atormenta, y ahora creo que todo el que me quiera leer lo hace por compromiso. Si no me conocieran, ni se molestarían en leerme. Lo sé, es un hecho, lo tengo asumido y asimilado, pero no hace que me hiera menos el pensamiento de que no gusto.

—Sí... —No estoy muy convencida de querer que me lea, así que cierro el cuaderno con disimulo.

—Me encantará leer lo que sea que planeas.

—En realidad ahora no planeo nada... Estoy intentado poner en papel una historia que una mujer me contó ayer—frunce el ceño.

—¿Cómo?

—Aquí mismo—señalo alrededor. El ambiente es un poco el mismo: gente abarrotada, risas, voces, calor, música de navidad, muñecos de nieve colgando del techo—. Tuve que sentarme con una desconocida, porque no había sitio, y me contó una historia.

Mi tía sopesa la información con los labios cerrados, mientras mastica. Además de impredecible, mi tía Amber tiene una expresión imposible de leer, por eso no espero que diga lo que dice.

—¿Quieres que te cuente yo una?

Alexander Gilsig era el típico tío malote del pueblo. Ese con aura oscura del que tus padres te advierten.

«No te acerques a ese chico, ¿me oyes?»

¿Sabéis quién no oyó? Amber Mays.

Amber estaba convencida de que el tal Alexander no podía ser tan malo como lo pintaban, y un día se atrevió y se acercó a él, apoyado en su moto a la salida del instituto, fumándose un cigarro, aún cuando estaba prohibido en ese área. Eso debería de haberle dado una pista a Amber, pero no reparó en ello, estaba demasiado distraída por el chico que aparentaba varios años más, y la miraba de arriba a abajo con apreciación.

—Hola—dijo ella. Él alzó las cejas, su voz le había sorprendido—. Soy Amber—Le tendió una mano—, encantada.

Alex tardó en responderle el saludo: le dio varias caladas más a su cigarro, lo tiró al suelo, y le agarró la mano que le tendía con una fuerza innecesaria.

—Alexander.

—¿Cómo quieres que te llame?—El chico frunció el ceño, Amber se explicó—¿Alex, o Alexander?

—Como gustes.

—Me gusta más Alexander.

Alex bufó.

—Así es como me llama mi padre cuando me regaña.

—¿Lo hace muy a menudo?

Historias de amor en navidad | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora