16: Ginna y el sábado noche

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16: Ginna y el sábado noche

—Hola, buenas, eres Julie, ¿verdad? Te he reconocido por la libreta y los pendientes.

Llevo mi mano a mis pendientes, son dos arbolitos de navidad. La chica se sienta sin siquiera pedir permiso. La detallo: tiene la tez morena, el pelo castaño semi recogido y los ojos fulgurantes.

—¿Quién eres?

—Soy Ginna. Mi amigo Marvin estuvo aquí y me dijo que te habló de mí y que viniera a contarte mi historia.

Abro la boca en sorpresa, jadeando.

—¡Tú eres Ginna!

—¡Yo soy Ginna!—repite con el mismo entusiasmo—Entonces, ¿quieres escuchar mi historia?

—Estoy deseando.

Ya sabíamos un poco de la historia de Ginna antes de que ella me la contara entera: el día de su cumpleaños montó —por accidente— una megafiesta en su casa, pero ella no apareció, su madre y su mejor amiga se la llevaron, nadie sabe a dónde. Sabía, porque estoy a punto de contarlo.

Justo después de que llegara el primer grupo de invitados, la mejor amiga de Ginna la sacó al rellano, le tapó los ojos con la excusa de que le daría su regalo, y lo que hizo fue, con la ayuda de la madre de Ginna, llevarla al coche.

—¿A dónde me lleváis? ¡Estoy dando una fiesta! No deberíais haberme hecho irme de esa forma, es muy descortés. ¿Qué van a pensar mis invitados?

—No es por hacerte sentir mal, pero nadie se va a dar cuenta de que te has ido, G.

—¡Oye!

—¿Qué hago? ¿Te miento? Van estar o muy fumados, o muy bebidos, ni siquiera recordarán de quién es la casa o el cumpleaños.

Se desinfló en el asiento, sabiendo que era verdad.

—Al menos espero que dejen los regalos—Con la vista negra, hizo un puchero con los labios—. Deian no ha podido venir.

Deian.

Deian era el... ¿novio? de Ginna. No eran novios, porque tenían una de estas relaciones líquidas, este tipo de interacciones en los que se evitan las etiquetas, y se trata de enfriar las cosas cuando se ve que se empieza a sentir demasiado. Ninguno quiere comprometerse más de la cuenta porque no quieren enamorarse del todo, porque no quieren sufrir por amor. Ninguno de los dos lo había hecho aún, por eso le temían tanto.

Se conocieron en un campamento varios años atrás, cuando ambos tenían dieciséis, y habían estado desde entonces con una relación de tira y afloja, de hablar por temporadas, de tener muchas ganas de verse, y de no necesitarse. Pero en ese momento, cuando tenían ya veinte, habían reparado en que en realidad sí que se gustaban mutuamente. Mucho. Se atraían y se sentían cómodos con el otro, por eso llevaban todo el año hablando constantemente, haciendo videollamadas cuando no podían verse, yéndose de fin de semana a un hotel, a un parque, a cenar, a pasear, a mirar las estrellas... Esto último era lo favorito de Ginna, porque él era un sabelotodo del tema, y a ella le encantaba que le señalara con los dedos las constelaciones, se las explicara, y le contara los mitos con los que las relacionaban.

Pero no eran nada. Entonces no eran nada porque él no quería, si hubiera sido por Ginna, hubieran hecho oficial lo suyo desde el primer mes del año. Pero Deian seguía aterrado de que ella se cansara de él, o él de ella, porque no encontraría la forma de decírselo. Se adelantaba a las situaciones, daba por hecho que pasarían ciertas cosas y que esas cosas lo harían desenamorarse. No podría soportarlo, por eso se negaba a vivirlo. Se ahorra algo que no sabía ni cómo se sentía.

Historias de amor en navidad | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora