5: Mala pata

57 14 17
                                    

5: Mala pata

Le lanzo una mirada a Lisa, que parece que no tiene tiempo ni para respirar. Eso, o me está evitando. Está bien, yo también me evitaría a mí misma, no importa. Bueno, sí que importa, ayer me besó. ¡Me besó! Y luego simplemente nos miramos, callamos y volvimos cada una a nuestra casa, asegurándonos de que la otra había llegado bien.

¿Qué es lo que me pasa a mí con todo el mundo que parece mostrar interés en mí? Lo que suelo hacer es esconderme, tratarlos como si fuera la mayor ofensa del mundo, intentar hacerme creer que se fijarían en mí. Pero con Lisa, aunque tengo ganas de hacerlo, no quiero. Porque no quiero dejar de ser su amiga. Y también porque ese beso pudieron ser miles de cosas: estaba afligida, acababa de abrirse en canal a mí, estaba derrotada, y me tenía en frente, necesitaba apoyo, y tuvo el impulso de besarme. Pero no tiene por qué significar nada más, no tiene que tener una connotación amorosa, fue un beso amistoso en agradecimiento por haberle prestado mis oídos.

Mi cuaderno está abierto en una página en blanco: no tengo a nadie a quien sacarle historia, y tampoco nadie se ha acercado. De hecho, hoy sábado la cafetería está mucho más vacía que de costumbre —lo que confirma que Lisa no tiene tanto trabajo y me está evitando—. ¿El día de las comidas familiares no era el domingo? Bueno, ni que me importara, me lo voy a pasar aquí enterito, esperando a que alguien me devuelva mi racha.

Repaso el local con la vista cansada, y la dejo en una pareja acomodada en unos sillones en la esquina, apartados. Parecen acaramelados, con una copa de helado y una taza humeante en la mesa, las manos de él sobre las piernas de ella; las manos de ella, en el pelo de él.

¿Tal vez...? Bueno, sí, ya me he levantado, he cogido mi café y mi bolsa de tela, y me he sentado a su lado.

Ambos me miran con una sonrisa incómoda.

—Hola.

—Hola... ¿Te podemos ayudar en algo?

—En realidad, sí—Me pongo nerviosa por la mirada de ambos—. Quería... Veréis, estoy escribiendo un libro con historias que extraños me cuentan, y...

—Oh—dice ella, con una sonrisa entusiasta—, ¿quieres que te contemos la nuestra?

—¿No os importa?

—No, claro que no.

Situémonos: un edificio, cinco plantas, las paredes muy finas, una mujer extremadamente torpe, y un hombre con insomnio.

Además de tener el oído muy desarrollado, Leon tenía la mala costumbre de quedarse mirando a la gente muy fijamente, como si intentara leerles la mente, escuchar sus pensamientos. Por eso no sabía cómo no se había percatado nunca de la belleza tan singular de su vecina de enfrente. Había coincidido con ella un par de veces en el rellano, pero la encontraba tan aburrida, que no le echaba especial cuenta. Ni siquiera para llamarle la atención sobre los constantes ruidos que hacía por la noche. Él suponía que era en su cama, porque la pared de su habitación daba a la de ella. No le decía nada porque le daba vergüenza tener que llamarle la atención por fornicar a niveles demasiado altos.

Pero Sofía no estaba teniendo sexo con nadie, sino que era sonámbula, y, según había conseguido captar en las cámaras que había puesto en su habitación para averiguar por qué cada día tenía más moratones, por las noches se levantaba y se ponía a: saltar en la cama, hacerla, deshacerla, quedarse con la cabeza apoyada en la pared, sacar toda la ropa del armario, ponerla en la cama, volver a guardarla, y mover la cama de sitio. Entre muchas otras cosas a las que seguía sin encontrarle sentido.

Historias de amor en navidad | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora