24: En-hora-buena

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24: En-hora-buena

Veo con cierto reparo a la mujer muy embarazada que mira hacia todos lados buscando un sitio. No es que tenga algún problema con los bebés o la maternidad, pero los vientres demasiado marcados de embarazada me dan... respeto. Me da la sensación de que son fragilísimas, intocables, que la madre no debería moverse de la cama... Es un pensamiento estúpido, pero es lo único que puedo pensar, no puedo procesar que es una barriga dura, que el bebé está bien y seguro ahí, sino que en mi cabeza es como una bola gigante de goma, y que si se cae, se aplastará. No puedo ni pensarlo, me produce grima. Aparto la mirada, porque creo que se da cuenta de que la miro fijamente.

Avanza hacia mí, con una sonrisa que me obligo a responder.

—Perdona, ¿me puedo sentar?

—Oh, claro—digo, no muy feliz—. Siéntate.

—Gracias—Le respondo con otra sonrisa. Ahora voy a tener que estar todo el rato intentando no mirar su enorme barriga... Me parecen espeluznantes, pero no puedo dejar de mirarla, parece hipnotizante... Me paso la siguiente media hora con los ojos fijos en su ombligo enfundado en un chaleco azul oscuro de cuello alto, y si se da cuenta, no me dice nada—. Mierda—La oigo decir—, he roto aguas.

—¿Perdón?

—Acabo de romper aguas—empieza a hiperventilar—. ¡Acabo de romper aguas! ¡Que alguien llame a una ambulancia! ¡Y a mi madre, por favor!

Casi río por su petición, pero me he puesto demasiado nerviosa. No estoy dispuesta a presenciar un parto en medio de una cafetería un 24 de diciembre, me niego. Ella se levanta e intenta limpiar lo que mancha, pero es inútil. La gente a nuestro alrededor nos mira, algunas mujeres se acercan e intentan ayudarla, le lanzan preguntas que ella no puede preguntar porque está ocupada llorando. Mierda, joder, que está llorando, ¿qué coño hago?

—A ver, señora, cálmese—Un hombre se abre paso entre la multitud y acaricia los brazos de la mujer embarazada, que no para de echar lágrimas—. Venga, siéntese.

—No puedo creer que voy a dar a luz sola y en un cafetería—se lamenta—. Quiero que venga mi madre, o que me lleven a un hospital.

—Tranquilícese, no va a dar a luz aquí, no le va a dar tiempo, tiene que tener contracciones seguidas y tiene que dilatar, si acaba de romper aguas, es prácticamente imposible que ya haya dilatado tanto como para parir.

—¿Y tú qué sabes?

—Soy médico—Le cierra la boca, fijándose en su reloj de muñeca y calculando el intervalo de las contracciones, que la mujer se encarga de notificarle con un pequeño gritito y un apretón de sus manos.

—Al menos tengo un profesional conmigo—se aferra a sus manos—. No te vayas, por favor.

—Tranquila.

—¿Cuánto va a durar esto?

—¿Es tu primer parto?—Ella asiente—Los partos de las madres primerizas suelen durar unas seis u ocho horas.

—¡¿Cómo?!—brama—¿Voy a estar con este dolor ocho horas?

—Eso es lo que dura solo el parto como tal—se ríe él—, desde que rompas agua hasta que tengas al bebé, pueden pasar hasta 18 horas—se puso serio cuando vio que ella se volvía blanca como una hoja de papel—. Pero no es lo normal—intenta arreglarlo—, yo nací en un par de horas.

—No voy a poder aguantar esto, debí haber pensado que me entraría la crisis en este momento, esto es demasiado, yo no estoy hecha para ser madre—dice, agobiada. Todas las mujeres a su alrededor intentan animarla, pero solo la hacen llorar más fuerte—. Ay, dejadme tranquila.

Historias de amor en navidad | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora