30: El día que perdí a mi gato

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30: El día que perdí a mi gato

Nunca sé si contar el día en el que estoy o no cuando quiero hacer una cuenta atrás. ¿Cuántos días quedan para que se acabe el año? ¿Uno, o dos? Yo digo que dos, porque queda mañana entero, y hoy, que aún no ha terminado.

Dos días para acabar el año, y casi termino de escribir un libro en un mes... Se dice rápido, como los doce años de Charlie y Charlotte, pero es poca broma, es un libro, en un mes. No pensé que fuera capaz de llegar a esto, mucho menos después de la inseguridad, que amablemente renombré como bloqueo, que me entró con la crítica del Simon Cowell. No daba para más, sentía que volvería a ponerme en ridículo con cualquier cosa que escribiera, aunque fuera un simple mensaje de Whatsapp, un pie de foto para Instagram, o la lista de la compra. Pero pude superarlo, y pude volver a abrazar mi creatividad sin menospreciar cada intento por resurgir que tuviera. Estoy orgullosa de mi yo del pasado por haber cogido su pena y haberla tirado por el váter, porque no podía hacer nada con ella. Verla irse y darme la furia que necesitaba para escribir las historias que estoy encontrando.

No creo que lo mío tenga otro nombre que suerte. Destino también podrían llamarlo muchos y muchas que han pasado por mi mesa, pero yo hoy quiero llamarlo suerte. El destino quizás me hizo empezar, la suerte es la que ha mantenido el camino en pie.

Aunque hoy, que solo me quedan dos historias para terminar diciembre, para terminar la navidad, se me está resistiendo. Solo veo a un chico sentado en la mesa de al lado, mirando alrededor, parecer nervioso.

Está bien, ahí voy.

—Hola—se sobresalta con mi voz y me siento mal por asustarlo—. Perdón, no quería asustarte—Le sonrío conciliadora.

—No te preocupes.

—Esto... ¿Te puedo hacer una pregunta un poco extraña?

—Claro—ríe, y me doy cuenta de que, aunque de primeras no lo parezca, contra más lo miras, más atractivo parece—, dime.

—¿Tienes alguna historia que contar, preferiblemente de amor, preferiblemente en navidad?

—Pues...—su mirada se posa en distintos puntos hasta volver a mí—Te puedo contar la del día que perdí a mi gato.

La historia que Daryl me contó no fue la historia de cómo perdió a su gato, pero de eso hablaremos luego.

Daryl era un chaval muy paradito, un tío tímido que no soportaba exponer en la universidad, y que no se había acercado nunca a nadie para ligar. Había ligado, claro, pero porque se acercaban ellas o ellos. Tuvo sus cosas, sus rollos, sus relaciones, sus amores, pero no podía comparar nada con lo que encontró el día que perdió a su gato. Un gato que ni siquiera tenía.

Bueno, la historia desde el principio:

El año se acababa, y Daryl aún no había cumplido todos sus propósitos. Sí que había tachado de la lista verse Star Wars entera, leerse todos los libros de Harry Potter, y montar el mueble de la tele que llevaba en la caja desde hacía más de un año. También podía decir que había hecho las paces con los animales, a los que tenía tirria desde que un mono le quitó la comida en el zoo en una excursión del colegio, y que había ido de intelectual viéndose tres documentales al mes. Le quedaba una cosa, y se lo había dicho a sus amigos con el fin de que lo ayudaran, no de que lo tiraran a los lobos como hicieron.

La cosa pendiente de Daryl era, y cito textualmente: "ligar de manera autónoma y original, no siendo un baboso pesado ni un muermo que solo balbucea".

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