•22• Howard Hughes.

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Un sonido chillante retumba en mis oídos, me percato de que es mi celular, me estiro un poco para tomarlo, mientras intento sentarme, contesto. 

—Hola.  

—Lizy, ¿cómo sigues? —escucho la voz de mi amigo al otro lado del teléfono, y de nuevo comienzo a llorar.  

—Mal, Nava, me siento mal, me veo horrible con las marcas, los golpes me duelen mucho, me siento fea, Trenton se comporta raro desde anoche, y a veces me siento muy sola, quiero irme de aquí.  

—Tranquila, no estás sola, yo regreso por la noche, ¿quieres que pase a verte? —trata de calmarme.  

—Solo quiero irme, quiero estar con mis papás, los necesito, necesito aire, necesito irme, no puedo respirar —no puedo dejar de llorar.  

—Lizy, estás entrando en crisis, tranquila. Escúchame, no estoy ahí, así que escúchame, inhala hondo, y exhala lentamente —Nava hace lo que yo debo hacer—. Hazlo conmigo —pronto trato de imitarlo—. Excelente, tranquila, todo va a estar bien, sigue respirando así.  

De un momento a otro recobro consciencia, pero continúo llorando.  

—Linda, no puedo llevarte así con tus papás, tu madre no soportaría verte mal, además los expondrías. Déjanos resolver esto y te prometo que, si tú quieres, yo mismo te acompaño hasta la puerta de tu casa en cuanto mejores.  

—Lo sé, perdón, es que, todo está mal en estos momentos, estoy cansada, Nava, cansada de huir, de esconderme, de tener cuidado de todo mi alrededor. Agrega que Trenton está muy raro, no sé qué quiero o espero de él, pero la hemos pasado bien estos días juntos, y ahorita está distante, e indiferente, eso me incómoda.  

—Me imagino como debes de sentirte —ambos suspiramos—. ¿Estás más tranquila? —Nava siempre se preocupa demasiado.  

—Sí, me siento más tranquila, gracias, siempre has estado conmigo —le agradezco.  

Es mi amigo, y merece más de mí. 

—Llámame siempre que lo necesites ¿okay? 

—Okay, gracias, te quiero. 

—Te quiero más, preciosa, nos vemos pronto —Colgamos la llamada.  

Me recuesto del mismo lado, no sé si se avecina el SPM, solo sé que quiero seguir llorando. Minutos más tarde escucho un ruido, abren la puerta de la habitación —mis pies apuntaban a esa puerta—, cierro los ojos haciéndome la dormida, se escucha como se cierra de nuevo y observo con cuidado, gracias a Dios nadie entra.  

Me levanto, pongo mis tenis, voy al baño a enjuagar mi cara. Junto a mis maletas veo el estuche de mi cámara, lo reviso para ver si está dentro mi nena y sí, antes de abrir la puerta respiro hondo, preparándome para tomar la misma actitud que él. 

«Vamos Elizabeth, que nadie te haga sentir mal de nuevo, pero piensa: ¿qué haría Paulina? 

Salgo y queriendo ir lo más rápido posible, veo por el rabillo del ojo que él está en la cocina. Yo me dirijo a la puerta de salida.  

—¿A dónde vas? —escucho decir en cuanto abro la puerta. Lo ignoro y salgo, no doy ni cinco malditos pasos cuando escucho la puerta abrirse seguido de su voz cuestionar mi destino—. Elizabeth, ¿a dónde vas? 

Continúo caminando, no me detengo, casi llego al ascensor, pero él en cuestión de segundos me alcanza y se pone frente a mí tomándome del brazo.  

—Suéltame —pido sin gritar, pero sonando fuerte y molesta—, me vas a lastimar.  

—¿A dónde vas? —insiste con la pregunta.  

La Gran Apuesta | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora