•Capítulo 15•

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Advertencia: Smut.

«Quisiera que todo terminara dentro de tus brazos.»

Masticaba con calma la última de sus deliciosas galletas mientras introducía su llave en aquella bien conocida cerradura que había echado tanto de menos durante todo ese tiempo

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Masticaba con calma la última de sus deliciosas galletas mientras introducía su llave en aquella bien conocida cerradura que había echado tanto de menos durante todo ese tiempo. El sol ya estaba poniéndose, regalando a ese lado del mundo sus últimos rayos de luz de la tarde, tiñendo todo de un bonito color ámbar.

Giró la llave hasta que el seguro cedió y abrió la puerta de madera obscura, siendo recibido por el agradable tintineo que le avisaba cuando tenía visitas en la funeraria, su olfato fue incursionado inmediatamente por un olor húmedo y solitario que de hecho no era especialmente desagradable. Cerró la puerta y paseó celosamente su mirada por su entorno; todo estaba en su sitio, justo como lo había dejado hace un año. Aunque claro, había polvo acumulado por aquí y por allá, nada importante ya que de hecho el motivo de estar ahí era precisamente hacer un poco de limpieza; pronto se acabaría su último mes de renta y su plan era volver a la funeraria y a lo que era su vida antes de relacionarse con el mayordomo.

Ató en una coleta a medias sus cortos cabellos platinados, arremangó las mangas de su traje de sepulturero y se puso manos a la obra mientras silbaba tranquilamente una melodía aleatoria que llevaba gran parte del día rondándole la cabeza.

▽▼▽

El viento frío recorría las calles con su silbido agónico, arrastrando las hojas secas, la basura y azotando como una penitencia inclemente la piel descubierta de las personas que, o bien no tenían un hogar o aún se encontraban buscando algo de comida para alimentar a sus familias.

El reloj ya rozaba la medianoche y apenas estaba acabando su trabajo.

Mientras hacía eso, no paraba de quejarse, murmurando maldiciones a diestra y siniestra con sus cejas juntas y sus bonitos labios carmín levantados en un puchero que le daba una adorable apariencia infantil. Y claro, tenía motivos serios para quejarse, una dama no tendría porqué estar en ese lugar con los asquerosos efluvios pútridos flotando a su alrededor revolviendo su estómago.

—Maldita sea la hora en que no me negué a venir aquí...— Se quejó entre dientes con un tono de fastidio. Sin embargo, se vio obligado a darle una pausa a su rabieta cuando sus bonitos ojos de pestañas largas e iris brillantes color esmeralda captaron apenas de soslayo cierta silueta varonil y de porte galante totalmente inconfundible para él; Sebastian Michaelis. Sonrió como un tiburón dramatizando en su mente que había pasado una eternidad desde que no se veían, aunque en realidad no era tanto. Nunca lo suficiente para el mayordomo.

Dió un par de saltitos en su sitio, emocionado por la idea de que este encuentro tan inesperado sólo podría ser obra del destino, definitivamente estaban hechos para estar juntos.

•30 días• [UnderSebas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora