•Capítulo 17•

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«No podemos librarnos de la pesadilla, todo se convierte en miseria

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«No podemos librarnos de la pesadilla, todo se convierte en miseria.»

Inhala

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Inhala.

El olor de su propia sangre está impregnado en el ambiente y cada músculo de su cuerpo se contrae dolorosamente ante cualquier movimiento por más mínimo que éste sea. Aún percibe sus sentidos algo adormecidos y su cabeza parece querer explotar cada vez que respira...

Exhala.

Aún así los recuerdos de la noche pasada le asaltan la mente y un sentimiento amargo le revuelve el estomago.

Arranca la venda y sus ojos brillan.

¿Cuánto tiempo ha pasado?

¿Por qué diablos está ahí?
...
¿Cuánto más debo soportar por ti?
No puedes lastimarme.

"—Esa no es la maldita expresión que estoy buscando...—"
[...]

▽▼▽

Las calles de Londres amanecen envueltas por una capa espesa de neblina helada durante esa época del año; esa que te abraza y penetra hasta los huesos, hasta hacerte temblar de frío y aquella que con la gracia de un ángel vuelve un verdadero infierno en la tierra la vida de quienes no poseen la bendición de un refugio calentito. Cuando las hojas en los árboles desaparecen y la vida misma se torna pasiva, melancólica, sombría.

Pero para Undertaker ahora mismo, en medio de la somnolencia es sólo la excusa perfecta para satisfacer el deseo burdo y cínico de permanecer en la cama un poco más, prófugo en sus sueños amargos que aún así resultaban ser de hecho más pacíficos que la pesadilla eterna que era su realidad y su propia existencia.

Mientras, en la mansión Phantomhive se desarrolla un cuento algo distinto. El pequeño aristócrata duerme profundamente cobijado por una copiosa cantidad de mantas nubosas y cálidas, casi como si en donde estuviera durmiendo fuese más bien un nido que una cama. No se le ve el más mínimo interés por levantarse, sin embargo no hacerlo lamentablemente no es una opción, no para el demonio que llegada la hora habitual y completamente inmune a los efectos del clima, no duda en abrir las cortinas para que la luz comience la tarea de sacar al adolescente de su descanso. Al acercarse a su lecho encuentra su carita de piel nívea, con su ceño levemente arrugado y sus mejillas llenas de restos de lágrimas resecas; Sebastian hace una mueca discreta, es fácil deducir que el aristócrata no ha tenido una buena noche en su ausencia, seguramente acosado y martirizado por las pesadillas que cada tanto lo acechan.

•30 días• [UnderSebas]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora