Charles y Fox caminaron por las calles de regreso a casa en un silencio un tanto incómodo y tenso. Fox, en particular, buscaba una oportunidad para comenzar una conversación, y sin embargo no hallaba ninguna y simplemente se mantenía callado, de brazos cruzados y cabizbajo con su mirada fija en el suelo.
Sus zancadas eran cortas al igual que las de Charles, y aunque ambos no hablaban habían hecho un acuerdo mutuo silencioso de no apresurarse por llegar.
Fox al cabo de varios minutos se rindió con la idea de iniciar una charla y decidió sumirse en sus propios pensamientos. Su mente divagó y empezó a preguntarse si acaso Charles realmente guardaba un secreto que a su juicio era tan malo que lo hacía actuar de esa manera. Intentó hacerse con tal pensamientos, pero eventualmente no lo logró, porque, ¿qué secreto podía ser tan terrible?
Él no sabía demasiado acerca de mantener cosas en secreto, ya que en realidad no conocía a personas que le confiaran uno y nunca se había visto envuelto en la circunstancia de verse obligado a no contarle a nadie más alguna cosa. Miró al Charles y notó como su semblante seguía fluctuando entre los nervios y la duda.
Fox volvió su vista a la acera, y se alegró por saberse al pie de la letra las calles que guiaban el camino a su casa, pues en menos de lo que lo esperaba ya estaban caminando sobre su calle.
—Podemos ir a la casa de la Sra. Anderson —comentó Charles con su voz sonando algo ronca y rasposa. Fox notó por segunda ocasión que se refería al lugar en nombre de la Sra. Anderson y no al suyo propio. Dió por hecho que se debía a la poca familiaridad, aun cuando eso lo puso a pensar fugazmente en el hecho de que Charles se había mudado ahí hace tan sólo dos semanas, y sacudió el pensamiento de su mente por lo ajeno que le parecía—. Tengo sus llaves, y no creo que tengas las de tu casa.
—Tienes razón, no las tengo —respondió Fox, y ambos se encaminaron al frente en dirección a la casa de la Sra. Anderson.
La casa era de dos pisos, y a decir verdad Fox siempre imaginó su interior como un lugar desierto y con aires tétricos, principalmente porque siempre había creído que esa era la pinta que debía tener el decorado de una mujer como la Sra. Anderson. Pero cuando Charles giró el picaporte de la puerta y la empujó hacía dentro dejando así su interior a la vista comprendió lo equivocado que estaba con ese pensamiento.
Un aroma a la lavanda mezclado con vainilla o algo similar picó su nariz cuando cruzó el umbral, y observó con curiosidad que el tapizado de las paredes era de un color azul celeste, uno colorido y vivaz y no el gris al que su mente se había hecho la idea. Por unos instantes recordó las extrañas y entrañables paredes de la casa de aquél tío de Edward al que habían visitado gracias a Liliane.
Avistó un largo librero empotrado a la pared del lado izquierdo con diversas filas y columnas, donde reposaba bajo una de las horizontales un televisor pequeño y apagado. En las demás columnas yacían innumerables libros que aproximadamente sumaban entre 150 y 200, y Fox no pudo evitar sentirse sorprendido al respecto.
—Es genial, ¿no es así? —dijo Charles a su lado tras haber cerrado la puerta, su semblante ya no lucía tan cansado y nervioso y Fox lo tomó como algo bueno.
—Lo es —afirmó, no se consideraba un fan de la lectura pero como cualquier persona sabía apreciar lo que era una gran colección de libros—, ¿la Sra. Anderson realmente leyó todos éstos?
Charles se encogió de hombros.
—Ella dice que sí, aunque también dijo que hubo algunos que una de sus hermanas trajo y que jamás leyó porque se trataban de temas médicos o algo así que no entendía —una sonrisa subió a sus labios y enseguida agregó:—. Lo más genial son los libros de historia que tiene, me prestó algunos y son increíbles.
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Fuera De Guión © [COMPLETA]
Dla nastolatkówLa familia Foster puede definirse en una sola palabra: Solitaria. Los tres hijos de la familia son afamados por no tener amigos. Sin embargo la llegada de particular niño marcará el inicio de una serie de sucesos que los Foster nunca antes habían ex...