Capítulo 11

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El QUE  NO  QUISO  LUCHAR  FUI YO.

Capítulo 11.

Mi madrina nos preparó la comida, yo le ayudé a recoger la mesa, seguimos viendo televisión, ya eran las 7:30 pm.

—Mi niña ya es tarde —sonrió—, bueno para mí, ya sabes que no puedo trasnochar, tendré que acostarme.

—No te preocupes madrina, descansa —me levanté, apagué el televisor y dejé un beso en su mejilla—. Andrés y yo estaremos afuera, para estar pendientes.

—Que pena contigo hija, vienes a visitarnos y te ponemos a trabajar, no entiendo por qué Esteban se fue.

—No te preocupes por eso madrina.

Pasé a la habitación donde dormía y me puse un abrigo. Andrés tomó una cobija, salimos y le cerramos  la puerta, solo dejamos la luz del corredor encendida. Hacía mucho frío, nos sentamos en un mueble que estaba en una de las esquinas de la casa, cerca del silo. Desde ahí se veía la  parte de la carretera, Andrés se sentó en medio de mis piernas y se cobijó, empezamos a platicar de tonterías.

—Ves eso — me señaló una luz a lo lejos.

—Sí, seguro alguien con una linterna.

—¿Será un fantasma? —le di un empujón, él soltó  una risita.

—No me metas miedo —hice un gesto de puchero—, mira que soy bien miedosa.

—Somos dos —soltó una carcajada.

—Entonces no digas tonterías porque me entro y te dejo solo.

Se levantó y salió al patio.

—No es broma, cada vez está más cerca esa luz.

—¡Andrés! —gruñí—, no sigas.

—Ven y mira, es verdad. 

—¡Cállate, no quiero! — soltó una carcajada. 

—En serio, pero no es un fantasma, es mi hermano.

—¡Que! — me levanté  de golpe.

—Sí, estoy seguro que es la luz de su bicicleta, la conozco. 

Me quedé inmóvil, mis manos estaban heladas y no era frío, estaba segura de eso. Mi ritmo cardíaco aumentó, caminé hasta él, miré y se veía una luz, pero no creía que era él, se suponía que se había ido. 

—¿Estás seguro que es él? —murmuré —No creo, a esta hora debe estar en casa de tu abuela.

Caminé hacia el silo para revisar el café.

—Estoy seguro que es él, hace poco le puso esas luces a su bicicleta, las reconozco.

Mis manos empezaron a temblar, sentí que mi respiración se cortaba, no entendía mi reacción. Revisé los granos de café y aún  le faltaba un poco, estaba de espaldas cuando escuché. 

—¿Cómo vamos?

Entonces ahí el corazón se me detuvo.

—¡Esteban, regresaste!

—Cómo dejarlos solos con el trabajo — descargó su bicicleta y Andrés la entró, sentí que se acercaba —, aquí estoy, yo no huyo,—lo dijo en voz alta, me giré lo miré—: pues del trabajo.

—Nosotros podíamos haberlo hecho solos —rodé los ojos.

Pasé por su lado, me senté en el mueble, sentí su mirada. Evitaba mirarlo, contaba en mi mente, 1,2,3,4,5, tratando de calmar mis nervios. 

El QUE NOQUISO LUCHAR FUI YO. 
 
 
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