Capítulo 26

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EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO 

Capítulo  26.

Cuando terminó de leerla, terminé con los ojos cristalizados, una vez más me dejó sin palabras. La miré fijamente y sus ojos también estaban tristes, le dediqué una sonrisa forzada;

—¿Eso es una declaración de amor? —traté de bromear para romper la tristeza que nos rodeaba— No sabía que escribías, te quedó muy bonita. 

—Digamos que es mi declaración —acarició  mi mejilla—. Yo  tampoco sabía que escribía, ya ves lo que hace la inspiración de una persona enamorada. 

Soltó una risita.

—¿Cuándo pensabas dármela? —pregunté. 

—La escribí cuando volví de tu casa, guardaba la esperanza de algún día poderla  entregar. 

—¿Si no te hubiese confesado mis sentimientos me la darías de igual manera? —inquirí. 

—No lo sé, tal vez —inspiró profundamente.

La estreché entre mis brazos con fuerza; 

—Entonces haremos realidad lo que dice tu carta, tratemos de hacer realidad lo imposible estos días. 

Tomé su rostro en mis manos reclamando sus labios, ella correspondió con ansiedad. Primero fue un beso suave que se profundizó en cada segundo. Su pelo acarició mi cara, me aferré de cada detalle, cada momento, estos serían míos eternamente. Cerré los ojos y sentí que sonrió mientras presionó sus suaves labios con los míos. Enredó sus dedos en mi cabello mientras ella seguía mi boca hambrienta, permitiendo que mi deseosa lengua entrara más y más.  Nos separamos para recobrar el aliento.

—Aunque sea por dos días nos queda el consuelo de realizarlo —dejó otro beso en mis labios—. No pensemos en nada. 

Unimos nuevamente nuestros labios en un beso profundo y lleno de amor, con la promesa de no pensar en nada, ni nadie. Íbamos a cumplir un sueño, aunque el despertar sería demasiado doloroso. Me dijo que diéramos una vuelta por la finca, hasta los potreros donde estaba el ganado y aprovechábamos para caminar y disfrutar de la tarde soleada, yo más que encantado de disfrutar de su compañía.

Se cambió de ropa, unos jeans azules y un suéter negro, tomamos  de la mano a su hermanito y empezamos a caminar. Empecé a molestar hasta el punto de hacerla reír a carcajadas. Luego de diez minutos llegamos. Era un gran campo lleno de pastizales, vacas, terneros y un toro que de solo verlo daba miedo, menos mal nos separaba de ellos un alambrado. Sandra empezó a burlarse de mí, según porque le tenía miedo a la boñiga; la caca de las vacas. La verdad yo para las cosas del campo era malísimo. 

Cruzamos a uno de los potreros, Sandra dijo que las vacas eran mansas, o sea eran amigables.  Sandra se adelantó  con su hermanito y yo la seguía. Disfrutaba del aire fresco, del viento que me refrescaba y del panorama más lindo, ella. Me llevé el susto de mi vida cuando una de las vacas se acercó a mí y resopló, me puse blanco como un papel. Casi me muero, solo escuché las carcajadas de Sandra. Lo sabía, me veía patético como una momia inmóvil.

¡Se estaba burlando de mí! Salí corriendo tras ella, ¡esa me las pagaba! Empezó a correr y gritar, recordé que odiaba sentirse perseguida. Sus gritos mezclados con sus carcajadas eran la melodía más perfecta para mis oídos. Si pudiera detener el tiempo, lo haría en ese preciso momento, donde eramos tan felices, donde no existía nadie más que nostros dos. 

La tomé de la mano tratando de alcanzarla,  terminamos los dos en el suelo. Me quedé perdido en sus ojos mientras ella se reía, me incliné para dejar mis labios casi pegados a los suyos. 

El QUE NOQUISO LUCHAR FUI YO. 
 
 
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