Capítulo 27

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EL QUE NO QUISO LUCHAR FUI YO 

Capítulo 27.

Sentí sus labios en mi cuello haciendo que una descarga de electricidad recorriera todo mi cuerpo. Acarició mi espalda con delicadeza, luego bajó su mano por mi pecho aunque algo temblorosa. Besó mi torso descubierto, sus labios se sentían tan suaves. Mientras su mano derecha se posicionó sobre mi erección, sentí como todo su cuerpo se tensó. Buscó mis labios con desespero, me volvió a tocar por encima de mi bermuda cuando sentí un ligero apretón.

Un gruñido se escapó desde lo más  profundo de mi pecho, bajé mi mano derecha sin dejar sus labios y acaricié su feminidad por encima de sus bragas. Estaba tan… húmeda, tan provocativa, encendió más el deseo en mí. Ella empezó a bajar lentamente mi bermuda, cerré mis ojos, estaba al borde de la locura. Sus suaves caricias, sus besos intensos me quemaban, no era consciente de nada. Estaba ardiendo en deseos, moría por poseerla. 

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_____ Narra Sandra ___ 

No podía creer lo lejos que había llegado, estaba casi desnuda en los brazos de Esteban. Sentí mi cuerpo arder, el calor me quemaba el rostro e imagino que mis mejillas estaban rojas. Sus besos y caricias me volvían loca, sentí la humedad de mi intimidad, sentía un fuego intenso correr por todo mi interior, mi parte baja se contraía. Todo eso era  nuevo para mí, sentía miedo, pero a la vez me gustaba, lo deseaba. 

Sí, estaba segura que lo amaba y estaba lista para dar el siguiente paso. Dejaría que fuera él quien me hiciera mujer, el que me quitase mi virginidad. Me despegué de sus labios y los llevé hasta su cuello, dejando suaves besos sobre su piel mientras Esteban acariciaba lentamente mi feminidad por encima de mis bragas. Arqueé mi espalda al sentir cada roce, podía sentir su miembro erecto contra mis piernas y eso me excitó aún más. Eso era desconocido, pero amaba lo que estaba descubriendo.

Bajé mi mano un poco nerviosa y temblorosa hasta su masculinidad, estaba tan duro,  ¡oh por Dios! Se sentía tan bien. Lo volví a tocar apretándolo un poco cuando un gruñido se escapó de su boca, empecé a bajar su bermuda cuando se levantó bruscamente dejándome a un lado. Abrió la puerta y salió de la habitación. 

Me quedé acostada casi desnuda con la respiración acelerada y más perpleja que nunca. El silencio era tan grande que podía escuchar los latidos de mi corazón retumbar en mi cabeza. 

Tomé una sábana y  cubrí mi cuerpo, sentí tanta vergüenza que sentía la necesidad de ocultarme. No podía creerlo, sabía que no lo había pensado, solo me dejé llevar por un impulso, pero él se fue dejándome así. Me sentí tan poca cosa, tenía que serlo para que me rechazara de esa manera. 

Una lágrima rodó por mi mejilla, empecé a buscar mi ropa. Estaba sobresaltada, mis manos temblaban, pero no era miedo. Me vestí lo más rápido que pude y me quedé ahí con la mente en blanco sintiéndome estúpida. Lloré, no podía contener las lágrimas, sentía mis mejillas calientes, me quemaban, eso era vergüenza.

Era increíble a lo que podía llevar un beso, estuve a punto de entregarme a Esteban. Aunque lo amaba y me amaba, no éramos nada, ni siquiera se me pasó por la cabeza saber si él tenía con que cuidarnos. Ahora entendía que en un momento de calentura podían pasar muchas cosas y ahora veía las cosas con claridad. Entendía lo que estuve por hacer y sí, no me arrepentía porque en el fondo yo lo deseaba, pero al parecer él no. 

Me rechazó y no lograba entenderlo. ¿Sería tan insignificante para él? Era normal, yo a su lado era una niña inexperta, tal vez no le gustaron mi torpeza o mi poca experiencia.

Me cubrí el rostro con una almohada, me moría de la vergüenza, ¿Cómo lo iba a mirar a los ojos después de eso? ¡Por Dios! Me vio casi desnuda, quería hacer un hueco bien grande y profundo en la tierra y meter mi cabeza ahí para siempre, no volver a salir nunca más. Si me preguntan cómo me sentía en ese momento les diría; me sentía ridícula, estúpida la más estúpida de todas.

El QUE NOQUISO LUCHAR FUI YO. 
 
 
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