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El Jeremías pasa por mi lado y por consiguiente, cierro la puerta, asegurándome de que quede con seguro, sintiendo que sus pasos se alejan. Cuando me doy media vuelta veo que está sentado en los pies de mi cama, con su vaso en una mano mientras que la otra la mantiene apoyada en el colchón.

—Vi tu mensaje y no tenís de qué preocuparte, Félix.—habla, sorprendiéndome un poco, porque por un momento pensé que yo tendría que empezar la conversación. Me veía con los ojos entornados.—Si yo te entiendo.

—Pero igual...—camino hacia él y en ese momento noto que mi ropa le quedaba muy bien. Sobretodo el polerón negro.—Fue todo muy rápido y tú te fuiste como molesto, entonces...

Niega con la cabeza, así que dejo mis palabras en el aire, al tiempo en que me siento a su lado. Tenía una duda en mi cabeza y no podía quitarla, ni siquiera hablando con él podría hacerlo porque de hecho, el Jeremías es causante de que me esté preguntando a mí mismo el por qué he pensado tanto en él. Incluso cuando está a mi lado lo hago.

—No me fui molesto, me fui incómodo y avergonzado.—contesta con una risa entremedio y lo veo confundido, por lo que vuelve a hablar.—Sentí que por un momento—traga saliva notoriamente.—te presioné para que me dieras... un beso.

—Yo no lo sentí así. La verdad es que tú nunca me presionaste, así que tranquilo.

Asiente levemente y le da un sorbo a su vaso. Llamando mi atención por completo y haciendo que pegue mi mirada en la suya, sin ningún tipo de vergüenza.

—Además, no quiero...—desvía su mirada.—No quiero involucrarme con alguien hetero. Ya lo hice una vez y no fue bueno.

Me mojo los labios y dirijo mi vista al suelo, un poco pensativo por lo que acababa de decir. E incluso me sentí un poco arrepentido por haberle dicho que no me gustaban los hombres el día que nos conocimos, pero es que eso pensé hasta ahora.

Hasta que lo conocí.

—Igual... Nunca me he sentido cómodo con el término hetero.—levanto mi cabeza y ambos cruzamos miradas. El Jeremías no tenía ninguna expresión en su rostro, dejándome un poco a la deriva.—O sea, miento. Sí me he sentido cómodo con esa palabra pero siempre la sentí... lejana.

Tiende su vaso hacia mí, ofreciéndomelo y yo se lo recibo para luego dar un sorbo a lo que al parecer era cerveza.

—Sí te entiendo... Y, ¿Alguna vez... te atrajo un hombre?—pregunta titubeando.

—Tú.

Esas palabras salen solas de mi boca, sin siquiera poder procesar cada una de sus letras y de su significado. Ambos chocamos miradas y el Jeremías tenía las cejas levantadas, notándose sorprendido, al mismo tiempo que sus labios formaban una leve sonrisa. Una que intentaba de ocultar presionando sus labios.

—¿Estay seguro?—susurra y le devuelvo su vaso.

—Sí.—no me caracterizaba por ser alguien que anduviera con rodeos, y a pesar de que con el Jeremías suelo retraer mi personalidad, sentía que ahora no era el momento de hacerlo.—Me atraes.

Me sorprendo al no sentir ningún ápice de arrepentimiento en mis palabras. Sí sentí vergüenza, porque me di cuenta que estaba siendo muy intenso con este tema, siendo consciente de que nos habíamos conocido hace una semana, exacta.

—Te atraigo cómo.—vuelve a hablar. Al parecer, aún no se convencía de mis palabras.

Me encojo de hombros, sin saber cómo expresarme.

—Es raro.—murmuro para luego morderme el interior de mi mejilla.—Sentimental no es, sino que es físico.

—O sea que me encontrai lindo.—sonríe levemente, levantando ambas cejas.

Lo difícil de quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora