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Obviamente había decidido experimentar esa sensación de tensión yendo a ver al Félix. Así que, aquí estaba, entrando al bar. Uno un poco más grande que al que voy siempre. Lo bueno, es que éste estaba a menos distancia que el bar de los viernes.

Para ser miércoles había harta gente, no lo suficiente como para lograr llenar el lugar pero si había bastante gente sentada en la barra, incluyendo al Félix, quien me miraba fijamente mientras tenía el borde del vaso en su labio inferior. Enseguida me siento un poco intimidado con sus ojos pegados en mí, pero intento disimular mi cohibición caminando hacia él mientras le devuelvo la mirada.

—Al fin...—habla, una vez que me siento a su lado.

—Perdón, pero tuve que pasar a mi casa antes de venir para acá.—me excuso.

Era mentira, o sea, no tan mentira. Fui a mi casa, pero porque estuve dudando en venir para acá, pensando un poco en lo que me había dicho la Ale. Aún así,  después de mucho rato debatiendo mentalmente, me decidí.

—No te preocupes, aunque ya canté.

Cuando escucho eso, la culpa me invade y lo único que quiero ser en este momento es un avestruz para enterrar mi cabeza en la tierra.

—¿Me estay huebiando?—pregunto, mirándolo con culpa y él niega con la cabeza.—Félix perdóname de verdad...—mis ojos lo miraban suplicantes.—Puta la hueá, me siento mal...

Me llevo las manos a mi cara y las dejo ahí hasta que el Félix decide sacarlas, sorprendiéndome un poco.

—No importa...—murmura.—Canté solo una canción, así que no fue la gran cosa.

—¿De verdad?

—Si... no te preocupes, lo importante es que viniste.

Se encoge de hombros y yo hago una mueca, aún con ganas de pegarme un wate por haber dudado tanto y llegar tarde.

Le pido una cerveza al barman y él a los segundos después me la entrega. Le sonrío en modo de agradecimiento y él me devuelve el gesto para después guiñar un ojo, provocando que mi cara se caliente un poco. Era bonito y se notaba mayor que yo. No me importaría estar con alguien mayor, la verdad.

Desvío mi mirada hacia el Félix, quien me veía fijamente con los labios presionados. Nos quedamos en silencio por unos segundos y en vez de aprovechar ese silencio para mirarlo, lo único que hago es ver mi botella de cerveza y a la vez, las manos del castaño apoyadas en la barra. Acabo de notar que tiene un anillo en su dedo pulgar.

—Oye...—habla, provocando que se gane mi atención.—¿Te tinca si nos vamos de acá?

Me mira expectante y yo entrecierro los ojos mientras sonrío de lado, un poco avergonzado y dudando un poco de esa idea.

—¿Y a dónde querís ir?

El Félix le da el último trago a su vaso, se acerca al barman para pagarle y me mira fijamente, señalando la puerta con sus ojos y provocando que me ponga de pie.

—Espérame, tengo que pagar.—comento mientras busco plata.

—Pagué lo tuyo también.—responde, y lo miro con un poco de incredulidad.—Vamos...

Lo difícil de quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora