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Me apoyo en el umbral de la puerta de la cocina y observo al Jeremías, quien abría el  refrigerador intentando buscar algo para comer, puesto que ninguno había almorzado.

—Mi mamá no me dejó almuerzo porque se suponía que iba a pasar a comerme un completo...—murmura.—¿Te tinca comer fideos?

Asoma su cabeza por la puerta del refrigerador y alza las cejas. Apenas asiento, él cierra la puerta y camina hacia los muebles, de donde saca un paquete de fideos.

No sabía qué hacer o decir, pero no me parecía necesario hacerlo debido a que no había ninguna incomodidad que nos obligara a hacerlo.

Pone el agua a hervir y me queda mirando, para luego mover su cabeza, indicándome entrar. Por lo que eso hago, con mucha cautela y sintiéndome muy torpe por no saber cocinar.

O sea, sabía hacerlo, pero todo lo que hacía me quedaba desabrido, por lo que decidí no acercarme nunca más a la cocina.

—¿Te gustan los fideos con salsa y vienesa?—pregunta cuando estoy frente a él.

—Me gustan.—musito, apoyándome en el mueble que estaba al lado del refrigerador. A pesar de que los comí solo una vez, estando volado, y la verdad es que no recuerdo ni el sabor ni quien los había hecho.

Se moja los labios y asiente, vuelve su mirada hacia la olla y luego da un par de pasos para abrir el refrigerador, quedando a mi lado. O más bien, frente a mí, pero esta vez a menos distancia.

No me quita la mirada de encima, y tampoco lo hace cuando deja el paquete de vienesas en el mueble. En el mismo que yo estaba apoyado, por lo que, se acercó mucho más a mí. Y a pesar de que el aire frío del freezer me daba justo en el lado izquierdo de todo mi cuerpo, sentía mucho calor en estos momentos, y muchas ganas de tenerlo más cerca de mí. Al parecer el Jeremías quería exactamente lo mismo, debido a que había dejado apoyada una de sus manos en el mueble a la vez que su cuerpo estaba levemente apoyado en el mío.

Me faltaba la respiración y aún así quería darle un beso. Pero me abstengo.

—¿En qué estay pensando?—susurra.

—En darte un beso.—sonrío, fingiendo confianza.—Pero...—Me mojo los labios, aún manteniendo la expresión.—Pero hay que hacer los fideos y tengo mucha hambre.

Noto como mueve sus ojos hacia la olla y asiente, cerrando los ojos con fuerza para luego suspirar pesadamente.

Se aleja de mí y boto aire inconscientemente, el cual no sabía que tenía contenido.

Me sentía aliviado, porque mi cuerpo ya estaba reaccionando a todos esos estímulos.

No sé cuánto tiempo pasa, pero entre una conversación estúpida y consejos del Jeremías en donde me decía que la mantequilla le daba un toque, terminamos. Y nos sentamos en el sillón, con la tele prendida, un poco en vano, debido a que ambos estábamos sentados frente al otro sin prestarle mucha atención a la trama de la teleserie.

—Ha pasado la hora súper rápido.—musita, dejando el teléfono detrás de él.

—¿Por qué? ¿Qué hora es?—Le doy una probada a los fideos y me quedo saboreándolos como si fuera lo mejor que he comido en mi vida.

—Las cuatro ya.

Abro mis ojos más de lo normal y asiento.

—Oye, están muy buenos.—susurro, mirando la comida.—Eris buen cocinero.

—Somos.—se lleva el tenedor a la boca y yo niego la cabeza automáticamente.

—Ah, hueón, mi único aporte fue cortar las vienesas. A mí la comida me queda horrible...—noto que me miraba atento, aunque sin dejar de comer. Acción que me dio mucha ternura.—Hace un tiempo intenté hacer algo al respecto y meterme en la volá, pero no resultó. Me rendí.

Lo difícil de quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora