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Dejo de cantar y escucho los aplausos de forma inmediata, por lo que me siento más satisfecho de lo que ya me sentía al haber cantado canciones de mi autoria y no de otras personas. Y tal vez la gente en este bar no sabía que eran mías, pero obviamente yo si lo hacía y el poder sentir mis canciones de la forma correcta a como me sentía cuando las escribí, era impagable.

Sonrío levemente, agradecido y hago una pequeña reverencia con la cabeza, para luego bajarme del escenario. Una vez abajo, empieza a sonar música para bailar. Y la verdad, no sabía como la gente podía hacerse el espacio, si había muy poco. Pero de igual forma lo hacían.

Doy un suspiro al mismo tiempo que pego mi espalda en la barra y apoyo mi guitarra en mis piernas. Me quedo observando un poco a las personas que bailan y luego de unos segundos, mi vista se pega en el grupo de cabros que parecían tener mi edad. Era raro verlos en este tipo de lugares un día viernes, porque la mayoría de los que venían eran mayores de edad que intentaban escaparse un rato de sus trabajos.

—Félix.—escucho a mis espaldas. Y me doy vuelta por inercia, tomando mi guitarra por el mango. Me encuentro con el Ricardo, el cabro que trabajaba en la barra y el segundo dueño del local. El otro era su hermano y no le gustaba mucho estar por acá.—Acá está la plata. Estaban buenas las canciones.—me tiende un par de billetes, quince mil pesos, y luego me sonríe de lado.

—Gracias.—se los recibo con mucho gusto y de esos mismos billetes le paso el de cinco.—Dame una piscola, como siempre, por fa.—él la recibe y se ríe mientras me da el vuelto, al tiro.—un poco más fuerte, eso sí.

—Andamos mal parece...—empieza a hacerme el trago y me mira con intriga.

—Como siempre.—se la recibo y él se aleja, al ver que tiene más gente que atender.

La verdad no estaba muy bien de ánimo. Pelear con mi mamá no era algo que me gustara, menos si se trataba de mi futuro y de que, probablemente terminaré haciendo lo que ella y mi papá quisieran. Irme al extranjero a estudiar mientras vivo con el imbécil de mi hermano mayor, el ejemplo de la familia. Eso no era algo que me gustara, la verdad, yo quería quedarme acá mientras intentaba crecer en la música, pero era imposible.

Todo en mi vida estaba horrible, siempre ha estado así, siempre he vivido con limites. Siempre he sentido que he vivido en una simulación constante, en donde no sé lo que puedo y no puedo sentir. Ni siquiera sé si lo que siento es real, estoy como en nada, solo viviendo y avanzando con la multitud. Lo peor, es que el único apoyo que tenía, desapareció y se fue a vivir al otro lado de Santiago sin contarme absolutamente nada. Es mi mejor amigo, como mierda no ha tenido la decencia de contarme.

Trago saliva bruscamente al ver que mi pecho comenzó a apretarse y que el nudo apareció con tan solo pensar. Le doy un sorbo a mi vaso y al segundo siento como alguien se sienta a mí lado; Lo veo de soslayo y lo reconozco al tiro, era del grupo que tenían más o menos mi edad. Y de hecho, él me miró por mucho tiempo mientras cantaba, como si de verdad le interesara mi música. Igual que ahora, me veía intentando disimular con la cerveza que el Ricardo le había pasado.

Y en un impulso bastante... audaz y característico de mi parte, decido hablarle, con la esperanza de sacar tema de conversación suficiente para no tener que irme tan rápido.

—Hola.—digo, más bien murmuro.

Me doy cuenta de que me veía de forma atenta y al mismo tiempo, puedo ver un toque de sorpresa en sus ojos. Tal vez porque lo pillé mirándome.

—Eh... Hola.—carraspea y luego sonríe sin mostrar los dientes.

—¿Se te perdió algo que me mirai tanto?—pregunto entre risas, haciéndole saber que era una broma. Pero nuevamente, veo un toque de vergüenza en su rostro y la verdad, me arrepiento al tiro en haber dicho eso.

Lo difícil de quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora