Que comience el apocalipsis

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Los límites son necesarios para la vida, no importa que tanta libertad quedamos debemos tener límites, esos que definen nuestro máximo, aquello que no estamos dispuestos a cruzar porque si lo hacemos posiblemente llegaremos a un lugar del cual no podremos salir.


Eso fue lo que pasó con Henry James, amo tanto a Eiko Watanabe que ahora no sabía vivir sin ella, siempre la quiso más que nada en el mundo, daría todo por ella, haría lo que fuera para protegerla sin darse cuenta eso lo llevo a la desgracia, se aferró a alguien quien su límite no era él. Nacido sin conocer a sus padres que lo abandonaron en una organización anarquista Henry creció sin conocer el amor o el cariño era una máquina cruel que se divertía jugando con otros, posiblemente la única persona que no pudo vencer fue el gran hermano pero jamás se dejó engañar, siempre supo sus intenciones.

Por otro lado George miraba con molestia a ese niño, no tenía nada que perder, no había manera de controlarlo, era un espíritu libre de órdenes al cual nunca podría vencer o eso parecía hasta la llegada de Eiko Watanabe.

Eiko fue abandonada por sus padres siendo una niña de no más cuatro años, estos ya no soportaban su habilidad, todos los días saber que ella miraba dentro de sus memorias, mostrarles cosas que sinceramente nadie debía ver, que eran secretas y saber que alguien tenía un acceso completo los llevo a entregar a su hija a la divina comedia, estos aseguraban saber cómo tratar a una niña cómo lo era Eiko. Sola sin nadie que pudiera entenderla conoció a Henry.

Habilidades que se metían en la mente de las personas, poder usarlas, poder jugar con su mente pero había una diferencia entre ambos era que Eiko sentía empatía por sus víctimas, su habilidad le hacía sentir todo lo que su enemigo viera, tristeza, felicidad, dolor, ira, amor, todas las emociones se aglomeran en una persona que no sabe que hacer pero aún así Henry la amo, aún cuando no podía sentir todo eso por personas que no conocía Henry la quiso como ningún hombre pudo amar a otra mujer pero aún cuando su máximo, su límite era ella, pero para Watanabe el no lo era, lo amaba pero si debía decir entre los ideales que el gran hermano le ofrecía y los sentimientos simples sin trascendencia de James, ella sabía que lo dejaría porque aún cuando amaba a Henry de alguna manera amaba más al ideal del gran hermano, a ese lugar en donde ningún usuario de habilidad tuviera que pasar por lo mismo que ella, ser abandonada por unos padres que no eran capaces de entenderla para ella la vida simple y sencilla que su novio le ofrecía carecía de importación si sabía que alguien sufría como alguna vez le pasó es por ello que cuando trazo su límite también trazo la línea final de su vida.

Pero al mismo tiempo cuando Henry establecido que Eiko sería su límite también trazo una línea de obsesión y locura. Recuperar a su amada.

Ese era su objetivo en el momento en el que Orwell le mostró la foto de Natsuko cuando tuviera cuatro años, era el vivo retrato de la mujer que amo, su nombre real, su habilidad, su apariencia, todo ello era su amada Eiko Watanabe y si debía llenar el vacío de esa manera pues así lo haría aún cuando estuviera mal de todas maneras el ya estaba mal de la cabeza, obligar a una niña que nada tenía que ver a ser el remplazo de la amante de un hombre que hacía mucho perdió la razón.

— Eiko, amor abre por favor—pidio de manera amable Henry mientras intentaba buscar con que forzar la cerradura mientras la pequeña Natsuko revisaba la habitación entera, no era muy grande, no tenía ventanas, solo una ventilación que no alcanzaba, el baño era también igual, sin ventanas o algún tipo de abertura por la cual poder salir,— Piensa Natsuko, piensa—se decía una y otra vez la pequeña pero literalmente era una habitación completamente hermética,— La única salida es por la puerta principal—.

Una familia especial.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora