CAPÍTULO 4

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Un Triste Final

Muy lejos de las tierras de Lionel, una joven caballero sacro - o mejor dicho aspirante a dicho título - deambulaba por los distintos pueblos ofreciendo sus servicios como guardián o atrapando a los pequeños y grandes ladronzuelos que rondaban por los sitios que la joven pasaba.

Así de esta manera sin quererlo y desearlo ganaba más y más atención por parte de los ciudadanos y entre estos también su puede decir que el cariño, admiración y porque no decirlo, el afecto de parte de la población masculina que admiraba como es que aquella fémina pese a ser delgada y con un grácil figura, podía derrotar a todos aquellos que se le plantearan delante de sí; todo esto generó que los mismos habitantes le brindaran sus muestras de agradecimiento que derivaban en los suministros que necesitaba tanto para vivir como para suplir algunas necesidades sustanciales/superficiales que en el camino aparecían y que como mujer ella sabía eran innecesarias, pero aun así la vanidad femenina vencía y como han de saber las damas es irresistible hacerle caso.

Las aventuras siguieron hasta llegar a un pequeño y diminuto pueblo que por el simple aspecto que mostraba - sucio, desahuciado, desmoronado, rudimentario - resumido en unas palabras, como diría una persona.

Sumido en la pobreza total

Pensó la joven que montaba en aquel hermoso y brilloso Corcel, se sentía fuera lugar, así que un ágil movimiento, bajo del lomo de la bestia y con solo agarrar las cuerdas para guiarlo siguió a pie, y pese a permanecer en el suelo, ella no se sentía bien.

"– el solo ver sus caras llenas de desesperación y sin esperanza provoca unas ganas terribles de llorar – volvió a pensar."

Después de caminar unos minutos dio a parar a los pies de una descuidada posada, donde al parecer brindaban comida, el estómago de la mujer rugió pidiéndole a gritos una necesidad básica, algo por lo cual sus mejillas tomaron un color rojizo.

— "Bueno a comer"

Dándose los ánimos necesarios dejo amarrado a su fiel amigo e ingreso.

El lugar por dentro, no se veía tan mal como la fachada demostraba, pero tampoco era digno de elogios dado a que se demostraba como es que este se encontraba descuidado y poco aseado, aunque también se atrevería a decir que el tiempo había sido un actor importante en este lugar, aun asi respirando hondo y volviendo a darse los ánimos necesarios, se acercó hasta llegar a la que parecía ser dueña del lugar.

- Señora buenas tardes - saludo, para atraer la atención de la mujer - soy un viajero que está transitando por estos lares y me preguntaba si podría brindarme algún tipo de comida

La mujer, que ya le había prestado atención, se encontraba debatiendo sobre que decirle a la joven que tenía delante de sí.

Así que, dando un fuerte suspiro, y dejando de cruzar los labios, le sonrió como si de una hija se tratara y antes que nada le dio un cálido abrazo.

— "Claro que sí, Hija no te preocupes"

La respuesta de la dama, dejo desconcertada a nuestra heroína que solo después de unos segundos reacciono y correspondió al abrazo.

La amable señora, la guio hasta una de las mesas - vacías - y con una sonrisa desapareció tras el mostrador, los minutos pasaban y lo que inició como una pequeña garua se volvió una lluvia torrencial, así que con rapidez corrió hacia la salida para de esta manera resguardar al equino que se encontraba afuera, sabía que no podía meterlo dentro de la posada así que hizo que este se quedara debajo de las tejas que daban una sombra a la entrada, no era mucho, pero de esta manera podía protegerlo.

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