32. Derechos

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El ambiente cambió a mi alrededor y no necesité más para saber que los cuatro lobos que había en mi cocina se estaban comunicando por telepatía. Nekane y Hugo se transformaron para cumplir las órdenes que habían recibido de sus alfas, lo que provocó que el cuerpo de Zoe se sacudiese por el miedo.

Ignoré las emociones que se despertaron en mi interior al verla tan indefensa y extendí una colcha sobre el sofá. Zoe comprendió la seña que le hice y saltó para tumbarse sobre él.

—Tranquila —le dije mientras acariciaba su frente—. Aquí estás a salvo, nadie va a hacerte daño.

«Y si lo intentan, les arranco la cabeza».

Zoe hundió el hocico en la palma de mi mano, y cuando sus músculos abandonaron parte de la rigidez que los dominaba, me di la vuelta. Me moví bajo la atenta mirada de los alfas, que parecían haberse quedado sin palabras, y cogí la caja plateada que descansaba sobre la nevera.

Mi amiga observó que me sentaba a su lado y olisqueó el contenido de la caja que posé sobre las piernas. Nekane y Hugo regresaron en su forma humana vestidos con la ropa que habían encontrado en los escondites del bosque, y los alfas recogieron la ropa que les tendieron sus betas.

—Te voy a inyectar esto para ayudarte con la transformación, ¿vale?

Zoe asintió con la cabeza y me observó mientras clavaba una jeringuilla en la parte superior de un bote que contenía un líquido granate. Sus ojos se encontraron con los míos cuando introduje la aguja en su pata, y al sentir que se tensaba, masajeé la zona para facilitar la circulación de la sangre.

—Te calmará y aliviará el dolor —le dije mientras cogía otro bote para repetir el mismo procedimiento—. Y esto iniciará el cambio por ti, pero solo por esta vez. Ahora trata de relajarte y deja que tu cuerpo haga todo el trabajo.

Le acaricié el lomo con cariño y sus pupilas se dilataron en cuanto las inyecciones surtieron efecto. Sentía las miradas de los cuatro lobos que había a mi espalda clavadas en la nuca y llené de aire los pulmones antes de darme la vuelta para enfrentarlos. Sus ojos se encontraron con los míos y vi que sus expresiones iban de la ira a la más profunda estupefacción.

«Estupendo».

—Estaría bien un poco de intimidad —dije antes de señalar el cuerpo de Zoe.

Los ojos de los cuatro lobos de mayor autoridad de las manadas de la zona centellearon con ira.

—No vamos a irnos —dijo Nekane con iris anaranjados.

—Oh, claro que sí. Desde el jardín se ven las estrellas que es una maravilla.

—¿Cómo te atreves? Es el territorio de nuestra manada, ¡no tienes ningún derecho! —dijo Emil con una voz que terminó convirtiéndose en un gruñido.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora