66. Salvajismo

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Mi corazón se saltó un latido en cuanto distinguí el antiguo roble del que me había hablado Iker entre los árboles. Su tamaño era imponente, y cuando me acerqué a él percibí el olor de varios lobos oculto entre los helechos. Bajo ellos se encontraba una pequeña montaña de tierra y supe que era allí donde tenía que buscar, así que me transformé para dar con el pasadizo secreto que nos llevaría al territorio de la manada. El dolor se apoderó de mi cuerpo durante unos instantes y escuché varios gemidos de sorpresa a mi espalda.

«¿Cómo lo haces, alf0a?» —me preguntó Isaac con admiración en la voz.

—Practicando muchas veces al día durante años —dije mientras me colaba entre los arbustos para deslizar los dedos por una pequeña abertura que había entre las rocas.

Me mordí el interior de la mejilla en cuanto sentí que me invadía el dolor y mis patas aterrizaron en el suelo para ver que se abría una trampilla entre la maleza. Ante nosotros apareció un túnel cavado en la tierra que estaba pensado para las dimensiones de un lobo, y sin más tiempo que perder, echamos a correr para atravesarlo lo antes posible.

El olor a humedad, madera y tierra provocó que arrugase la nariz. Sentí bajo las almohadillas la arcillosa composición del terreno, que impedía que avanzásemos todo lo rápido que necesitábamos. Nuestras respiraciones se agitaron por el esfuerzo físico, pero tratamos de calmarlas mientras ocultábamos nuestros olores del enemigo. Escuché un grito en la distancia y el túnel se llenó de una furia que me animó a correr más deprisa. El olor a sangre se intensificaba conforme avanzábamos y mi pelaje se erizó por el pánico que amenazaba con invadir hasta el último rincón de mi mente.

El ambiente cambió y los aullidos que llegaron a nosotros se volvieron tan cercanos que no tardé en comprender que estábamos bajo el lugar de la batalla. Arrugué el hocico en cuanto percibí el olor a acónito que inundaba el territorio y el túnel se llenó con una brisa cargada de dolor, miedo y desesperación. La oscuridad comenzó a remitir, y cuando llegué a la luz que brillaba al final del pasadizo, fui recibida por una escena tan horrorosa que me heló la sangre en las venas.

Ante mí se extendía el claro central del asentamiento de la Manada del Valle, pero la hierba que lo cubría estaba teñida por un color escarlata que provocó que mi cuerpo se sacudiese con la fuerza de un escalofrío. Sobre la tierra se extendían cientos de cadáveres de nuestros aliados y amigos y de mi pecho brotó un gruñido rabioso que no pude controlar. Entre sus cuerpos se encontraban los aberrantes que en el pasado habían apoyado a Marcus, que se alimentaban de los restos de los lobos que habían perecido o peleaban contra los pocos guerreros de la manada que quedaban en pie.

La escena me conmocionó, y no fue hasta que me obligué a prestar más atención y distinguí el volante de los dardos de acónito que resaltaban entre sus pelajes, que comprendí que no estaban muertos, sino inmóviles. Un aberrante se lanzó contra el cuerpo de un indefenso lobo gris que había a escasos metros de mí y el gruñido que brotó de mi pecho lo distrajo lo suficiente para que pudiese abalanzarme sobre él antes de que atacase a mi aliado.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora