44. Control

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Me desperté con angustia. El sudor me pegaba la ropa a la piel y me dolía todo el cuerpo, lo que me obligaba a respirar con suavidad para estabilizar la quemazón que me carcomía por dentro. El matalobos fluía libre por mi sangre y llegaba a todos los rincones de mi organismo, y tanto mi corazón como mis músculos comenzaban a rendirse ante su presencia.

Suspiré y abrí la puerta del balcón para que me diese un poco el aire. El claro estaba vacío y el silencio que inundaba el territorio de la manada me envolvió en la calma de su abrazo La oscuridad que reinaba en el exterior comenzó a debilitarse, pues faltaba poco para el amanecer, y como sabía que no iba a ser capaz de volver a dormirme, decidí darme una ducha para calmar el malestar que sentía. Zoe dormía en su cuarto y sonreí al escuchar sus profundas respiraciones de camino al baño, pero de Dante no había ni rastro.

Cerré los ojos y dejé que el agua helada me calmase los músculos y los pensamientos, y tras tomar un café y comer una manzana, decidí salir a pasear. Recorrer el bosque siempre me ayudaba a retomar el control sobre mi mente, y aunque no podía hacerlo en mi forma animal, estaba segura de que la compañía de la naturaleza me ayudaría a mejorar el humor.

La brisa de la mañana me recibió con la humedad del rocío y mis pies se abrieron paso entre los árboles sin preguntarme a dónde quería ir. No tardé en vislumbrar la cabaña de Dante entre las ramas, y cuando percibí el latido de su corazón, comprendí que las emociones que sentía en aquel momento no eran mías.

Lo encontré sentado ante la mesa de trabajo, con los codos apoyados en la madera y la cabeza entre las manos. Me acerqué a él con sigilo para no sobresaltarlo y deslicé las manos por sus hombros, que se tensaron en cuanto percibió que no estaba solo en la cabaña. Sus ojos se encontraron con los míos, donde se reflejaban las pequeñas luces que brillaban en la estancia, y su cuerpo se relajó al instante.

¿Estás bien? —me preguntó.

—No podía dormir.

El rostro de Dante se transformó tras comprender que me había despertado con sus preocupaciones y sentí el eco de su culpabilidad a través del vínculo. Deslicé una mano por sus hombros y le masajeé el cuello para que se sintiese mejor y el alfa cerró los ojos durante unos segundos.

—¿Qué te pasa? —susurré.

«No sé ni por dónde empezar».

—Por donde quieras —respondí mientras me sentaba en la mesa de trabajo para poder mirarlo a la cara mientras hablaba.

Los ojos de Dante brillaron con picardía y el joven depositó un brazo a cada lado de mis muslos. El roce de su piel provocó que sintiese cosquillas en el vientre y me mordí el interior de la mejilla para contener una sonrisa.

«¿Recuerdas qué pasó la última vez que te pusiste en esta posición?»

—Cuánto ego... —dije mientras ponía los ojos en blanco. Dante se rio entre dientes, pero su mirada volvió a tornarse seria.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora