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La ducha no logró calmar el ardor que se había apoderado de mi piel tras lo ocurrido con el desconocido, y a pesar de que había apagado el agua caliente y me encontraba bajo un potente chorro de agua fría, seguía sintiendo el fuego de aquella ira que me quemaba por dentro. Mi respiración se había calmado y mi corazón había recuperado su ritmo normal, pero seguía sin ser capaz de comprender qué era lo que había ocurrido en el río.
—Malditos pervertidos —dije negando con la cabeza.
Estaba más que acostumbrada a lidiar con machitos que tenían el ego muy subido. Trabajaba en el bar del pueblo, y por suerte o por desgracia, allí era donde elegían concentrarse, pero por muchos enfrentamientos que tuviese con ellos, nunca había perdido el control de aquella manera.
No les tenía miedo. Los cientos de clases de defensa personal que había recibido a lo largo de mi vida se habían encargado de ello, y lo cierto era que solía hacerme bastante gracia ver lo patética que podía llegar a ser la gente a veces. ¿Pero entonces por qué había reaccionado tan mal ante aquel tipo?
«Porque era un acosador, África».
Solté un suspiro de resignación antes de cerrar el grifo y me envolví en una toalla, deseando poder eliminar de la faz de la tierra a todos aquellos bastardos que pensaban que tenían algún tipo de derecho sobre nosotras o nuestros cuerpos.
«Valientes desgraciados».
Me vestí con rapidez y sacudí la humedad que se había apoderado de mi pelo antes de tirar la toalla en el cesto de la ropa sucia y dirigirme a la cocina para prepararme un café. Me entretuve cortando alguna fruta de temporada que tenía en la encimera y sonreí al pensar que en breve llegarían las fresas, los arándanos y las cerezas al mercado del valle.
La fresca brisa del primer día de primavera me recibió en cuanto salí al porche y mis ojos se enfocaron en el movimiento que percibí en los árboles que había a mi derecha. Las ardillas eran uno de mis animales favoritos. Me encantaba ver la pillería con la que se comportaban y no pude evitar sonreír al ver que una de mis visitantes habituales se deslizaba por las ramas para acercarse a uno de los comederos.
Los pájaros me despertaban por las mañanas con su dulce melodía y las mariposas habían comenzado a aparecer por el jardín. De vez en cuando veía a algún zorro por el bosque y los ciervos iban de un lado a otro, dejándose ver cuando consideraban que no había ningún peligro acechando entre las sombras.
El valle estaba lleno de vida y era el lugar perfecto para pasar los días si te gustaba estar en contacto con la naturaleza. Una población de menos de seis mil habitantes garantizaba un ritmo de vida bastante pacífico, pero permitía que hubiese pequeños conflictos que avivaban nuestras existencias con chismes y cotilleos; el balance perfecto.
El día se me pasó volando mientras hacía recados aquí y allá y no tardé mucho en entrar en el Aurora. El olor a queso y patatas fritas me informó de que la orden de los primeros platos de la noche ya había llegado a la cocina, así que me apresuré a dejar mis cosas tras la barra para ponerme el delantal.
—¿Cómo te ha ido el día, joven? —me preguntó el jefe de policía del valle.
—Ya sabes, Marcial, de aquí para allá sin mucho que contar.
—Oh, Afri, eres un ángel caído del cielo —me dijo Zoe mientras salía del almacén cargada con una caja llena de aperitivos—. Gracias por venir antes —añadió cuando me acerqué para ayudarla con la puerta.
—Los sábados dan buenas propinas —dije guiñándole un ojo.
—Deja de hacerte la dura, África, todos sabemos que vienes a verme a mí —añadió Damián observándome desde la barra.
—Es una pena que tú vengas a ver a otros... —dijo Zoe con malicia, haciendo que el joven soltase una carcajada antes de volver a la mesa que ocupaba el apuesto hombre con el que estaba teniendo una cita.
—¡Los platos de la cinco ya están listos! —exclamó una enfadada voz desde la cocina. Fruncí el ceño al escucharla y mis ojos se encontraron con los de Zoe, que me observó negando con la cabeza.
—Las cosas buenas nunca cambian —dijo Marcial con una sonrisa.
—Buenas —dije mientras entraba en la cocina y ponía los platos en la bandeja para llevarlos a la mesa.
Rosa se volvió en mi dirección y me dedicó una sincera sonrisa que me llegó al corazón. Ella y su marido eran los dueños del Aurora y se pasaban la mayor parte del día discutiendo por tonterías. Sus gritos resonaban en las calles vecinas, pero todo valía la pena por ver el amor con el que se miraban a escondidas, las risas que escapaban de sus labios cuando se reconciliaban y los pequeños detalles que tenían el uno con el otro cada día.
—¿Solo doble y un plato siete? —le pregunté a Marcial cuando regresé a la barra. El jefe de policía me sonrió con ternura y asintió con la cabeza.
—¿Alguna novedad esta semana?
—Tengo la cabeza como un bombo después de estar ayudando con los preparativos de la boda de la hermana de Damián —dije negando con la cabeza. Marcial soltó una suave carcajada antes de darme las gracias por el café.
—¡Esas muchachas son un peligro! —dijo riéndose entre dientes—. Ya lo eran cuando estaban en el instituto.
—Suena a que tienes una historia que contaaar... —dije con una sonrisa expectante al percibir que tras sus palabras se escondía una buena anécdota.
Marcial se rio y se acercó a mí para comenzar a contar la historia, pero se detuvo al ver que desviaba la mirada hacia una de las mesas que había en la parte trasera del local.
—Atiéndelo bien y te la cuento cuando vuelvas.
—Pero Marcial, ¿cuándo no he atendido yo bien a mis clientes? —pregunté con una dulce voz que provocó que el jefe de policía se echase a reír.
Salí de la barra y caminé con lentitud hacia la mesa en la que se sentaba un hombre al que no había visto nunca. Su mirada se perdió observando la noche a través de la ventana, lo que permitió que analizase su rostro con atención, pero sus ojos se encontraron con los míos en cuanto se abrió la puerta de atrás.
Una poderosa ráfaga de aire entró en la estancia, acariciando mi piel y trayendo consigo un rastro que tensó mis músculos al instante, ya que tras aquel rostro en aparente calma, se escondía un lobo que no formaba parte de la Manada del Valle.
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La maldición del sol +18 (Completa)
Hombres Lobo-Hombres lobo, romance, aventura- Tras pasar años recorriendo los países del mundo, África decide tomarse un descanso y pasar una temporada en el valle. El pueblo es precioso, sus habitantes encantadores y la naturaleza brilla con luz propia, pero l...