33. Cambio

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El cuerpo de Zoe se revolvía con violencia en el salón de la cabaña y no sabía qué hacer para ayudarla. Sus gritos hacían eco en la tranquilidad del bosque, y por mucho que me doliese, sabía que aquello era algo que tenía que hacer sola.

Me arrodillé a su lado y la cubrí con una manta para que no sintiese frío cuando terminase de transformarse. Podía escuchar cómo sus huesos se rompían para recuperar su esqueleto humano y la joven necesitó de casi diez minutos para completar el cambio.

Cuando lo logró respiré aliviada, pero la transformación fue tan dura y cruel que Zoe perdió el conocimiento. El sudor cubría cada centímetro de su cuerpo y la joven estaba ardiendo, así que me apresuré a coger un paño y empaparlo en agua fría para depositarlo sobre su frente.

Los primeros cambios eran los más difíciles, especialmente para un lobo de colmillo, y su cuerpo necesitaba recuperarse del increíble esfuerzo que acababa de realizar para transformarse. Los minutos pasaron en silencio, y cuando vi que el paño de su frente se calentaba, lo cogí y me levanté para volver a humedecerlo con agua fría.

—¿Afri? —dijo una débil voz a mi espalda.

Los ojos de Zoe se encontraron con los míos y corrí a abrazarla al ver las lágrimas que se acumulaban en ellos. El cuerpo de la joven se sacudió por el llanto y dejé que llorase y que expulsase todo el dolor y la frustración que se habían acumulado en su pecho.

—Está bien —dije mientras acariciaba su pelo—. Estás a salvo.

—Afri, ¿qué está pasando? —me preguntó con la voz entrecortada.

—¿Recuerdas qué ocurrió en el callejón cerca del Aurora?

—Sí. Escuché un aullido y a alguien gritar y salí a ver qué pasaba. Tú... ¿tú estabas allí? —Asentí con la cabeza—. Había un lobo gigantesco y me dijiste que corriese y te hice caso, pero luego escuché un gran golpe y volví para ver si estabas bien. Había más lobos y tú no estabas por ninguna parte y...

—No pasa nada —dije tratando de calmarla—. ¿Recuerdas si había un lobo negro?

—¿Eras tú? —preguntó al atar los cabos—. Oh, Dios, ¿estás bien? Había mucha sangre a tu alrededor y un hombre te inyectó varias jeringuillas de algo violeta.

Asentí con una sonrisa para transmitirle calma, y gracias a aquella información, comprendí por qué los efectos del acónito todavía estaban presentes en mi organismo. Me invadió la ira y sentí una imperiosa necesidad de encontrar a aquellos aberrantes y arrancarles el corazón de cuajo por todo lo que nos habían hecho.

—¿Qué pasó después?

—Llegaron más lobos —dijo con temor en la voz—. Dos de ellos... creo que dos de ellos están aquí —dijo en un susurro.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora