28. Emergencia

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En cuanto me desperté sentí que me envolvía una calidez que se extendía por todo mi cuerpo y llegaba a mi pecho, lo que provocaba que tuviese ganas de sonreír. La lluvia caía con fuerza en el exterior y su murmullo lo envolvía todo a mi alrededor. Era uno de aquellos días de invierno en los que lo único que querías hacer era acurrucarte entre las mantas y escuchar el sonido de la naturaleza desde la comodidad de la cama.

Me encogí para envolverme con el edredón y percibir su suavidad, pero algo se movió contra mi espalda y emitió un suspiro que me erizó la piel de la nuca. Los recuerdos de lo ocurrido la noche anterior inundaron mi mente, y el brazo de Dante se apretó contra mi cintura antes de deslizarse bajo la camiseta que tenía puesta y atraerme hacia él.

Su aliento me rozó el cuello y me vi obligada a morderme el interior de la mejilla para controlar las emociones que estallaron en mi pecho. La calidez de su cuerpo me envolvió en su abrazo y envió un aleteo a la parte baja de mi vientre que fue difícil de ignorar.

Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y me di la vuelta con calma para dejar que mi mente procesase las sensaciones que aquel lobo provocaba en mi interior. Dante comprendió que me quería volver hacia él y deslizó su mano por mi abdomen para permitir que me moviese, lo que provocó que me hiciese cosquillas con los dedos, algo que no le pasó desapercibido.

Mi espalda se separó de su pecho y me tumbé boca arriba. Doblé las rodillas para apoyar las plantas de los pies sobre el colchón y evitar rozar sus piernas. Su brazo se mantuvo sobre mi vientre y se entretuvo acariciando mi piel con las yemas de los dedos y llevando mi autocontrol al límite.

—Buenos días —dije en cuanto me volví hacia él.

Dante me dedicó una sonrisa que provocó que sintiese cosquillas en los dedos de los pies y se acercó a mí para depositar un ligero beso en mi brazo con el que consiguió que me derritiese por dentro.

«Diosa de la Luna, ayúdame».

Buenos días —dijo todavía sonriendo—. «¿Qué tal has dormido?»

—No me puedo quejar, la verdad. —La sonrisa de Dante se ensanchó y me cautivó al instante. ¿Podía ser así siempre?

Gracias por algo ayer —dijo esforzándose por mantener la sonrisa.

—¿Gracias por venir? —pregunté mientras arqueaba una ceja. Dante asintió con confusión—. Todavía no me he aprendido los verbos de la segunda y tercera conjugación.

Dante se rio entre dientes, pero sus ojos se tiñeron de un dolor que se removió en mi interior, ya que sentí a través del vínculo el eco de las emociones que se apoderaron de su pecho.

«¿Te duele?» —preguntó mientras movía la mano a mi cuello y deslizaba los dedos por las marcas que habían quedado en mi piel tras lo ocurrido.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora