23. Sangre

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Cerré los ojos para contener mi parte más salvaje y me apreté el puente de la nariz en un vano intento por calmar la ira que se había despertado en mi interior. En mi mente hicieron eco todas las historias que habían llegado a mí a lo largo de los años sobre las terribles acciones llevadas a cabo por los miembros de la Manada de las Montañas Nevadas.

Sentí que me hervía la sangre al pensar en todas las veces que les había preguntado a qué manada pertenecían, y en aquel momento entendí los motivos tras sus evasivas. Recordé la mandíbula de Dante marcándose al escuchar mi pregunta, la tensión que se había apoderado de los hombros de Ceylán al no querer continuar hablando y las técnicas de despiste de los padres del alfa para cambiar de tema sin que me diese cuenta.

Mis puños se cerraron con tanta fuerza que sentí el olor de mi propia sangre en el ambiente cuando me clavé las uñas en las palmas de las manos, pero no me importó y continué haciendo fuerza para apagar con dolor el fuego que había invadido mi pecho.

De un momento a otro me descubrí subiendo las escaleras de la casa de la manada con una convicción arrolladora, y ni me fijé en quiénes eran las personas con las que me encontraba por el camino. Mi mente se concentró en seguir el rastro de Dante, que se volvía más intenso con cada paso que daba, y recorrí los pasillos del primer piso del edificio a toda velocidad.

Abrí la puerta del despacho con fuerza, golpeándola contra la pared y sorprendiendo con el estruendo a los allí presentes. Los ojos de Dante se centraron en los míos y en su mirada vi que sabía que algo iba mal. Virginia y otro gamma al que desconocía se levantaron inmediatamente, preparados para proteger a su alfa de cualquier ataque, y Hugo y Ceylán me observaron con expresiones de pura estupefacción.

—¿Qué crees que estás haciendo? —gritó Hugo haciendo gala de sus brillantes ojos naranjas—. Por si no te has dado cuenta, estamos reunidos.

—¡¡Como si estás reunido con Dios!! —exclamé presa de la ira.

El rostro del beta se transformó por el asombro y un trueno resonó en la inmensidad, exteriorizando la tormenta que se había desatado en mi interior.

«Eres un ser racional, África».

—¿Sois la Manada de las Montañas Nevadas? —pregunté con veneno en la voz. Los músculos de los presentes se tensaron y Dante me observó desde su asiento sin moverse ni un ápice.

«No actúes, razona».

—¿¡Sois o no sois la Manada de las Montañas Nevadas!? —bramé dando un furioso puñetazo en la mesa que dejó un agujero en la superficie de madera.

Escuché los gemidos de sorpresa de los presentes, pero estaba tan enfurecida que no les presté atención. Mis ojos se enfocaron en los de Dante, que brillaron con el color del oro fundido antes de que otro trueno resonase en la inmensidad de la noche.

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora