10. Cautiverio

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Me envolví con la manta que me había dado Dante antes de irse, sintiendo que llegaba a mí un delicado olor a flores salvajes, y arqueé una ceja al ver la manera en la que me observaba Emil. El alfa de la Manada del Valle me sonrió de medio lado y no pude evitar devolverle la sonrisa mientras caminábamos por el territorio de la manada de Dante.

—¿Ves? No es tan malo tener a alguien que te traiga una manta cuando tienes frío.

—Emil, no me toques las narices —respondí cortante.

—Solo digo que no tiene por qué ser todo malo.

—Cuando te despiertes en el territorio de una manada que no es la tuya, rodeado por personas que no conoces y a sabe Dios cuántos kilómetros de tu hogar, hablamos. —El alfa me observó con una compasión que me incomodó.

—¿Cómo estás?

—¿Me estás vacilando? —pregunté con incredulidad, haciendo que Emil soltase una sincera carcajada que me obligó a sonreír.

Mis ojos se detuvieron en las cumbres nevadas de las montañas que se extendían ante nosotros, y mi sonrisa se ensanchó al ver como los colores del amanecer inundaban el cielo y se reflejaban en mi entorno.

—No es un mal sitio en el que vivir —dijo Emil con una sonrisa.

—¿Qué te hace pensar que me voy a quedar aquí? —El rostro de alfa se torció al escuchar mis palabras.

—Un alfa necesita a su luna a su lado, África —dijo con un tono que me dejó claro que había tocado hueso y lo mejor era cambiar de tema.

—¿Cómo es posible que tres aberrantes se adentrasen tanto en el valle?

—Todavía no lo sabemos, pero estamos investigando —respondió llevándose una mano a la frente y masajeando la zona como si tuviese un mal dolor de cabeza.

—¿Qué es lo que buscaban? —Emil se encogió de hombros—. ¿Y por qué arriesgarse a inyectarme acónito a mí?

El cuerpo del alfa se tensó al escuchar mis palabras y en su comportamiento encontré la confirmación a las sospechas que tenía de que había algo que no me estaba contando. Mis ojos se encontraron con los suyos y sentí que el latido de mi corazón se aceleraba ante aquella pista, pero las emociones que vi en su mirada me indicaron que aquel no era el momento de presionar.

—Aquí hace más frío que en el valle —dijo frotándose los brazos con una sonrisa conciliadora.

—La verdad es que sí. ¿Dónde estamos? —pregunté al darme cuenta que no sabía dónde se encontraba el territorio de la manada. El rostro de Emil reflejó incomodidad y me mordí el interior de la mejilla para evitar gruñirle—. ¿Cómo se llama la manada de Dante?

Los hombros de mi acompañante se tensaron al escuchar mi pregunta y no pude evitar soltar un resoplido de frustración al ver su comportamiento.

—Joder, Emil, si no vas a decirme nada, ¿para qué me has dicho que íbamos a hablar?

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora