25. Distracciones

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Dante no me siguió aquella noche. Se transformó entre los árboles y corrió en otra dirección, lo que me llenó de alivio y consiguió que mis músculos se relajasen al instante. Pero la paz me duró poco, pues a pesar de que el camino de vuelta no era muy largo, mi cuerpo estaba completamente destrozado.

La fría cortina de lluvia caía sobre mis músculos y ayudaba a que mi ritmo cardíaco no se descontrolase, pero sentía que la intensidad de la tormenta me volvía más pesada. Mis pies se hundían en la tierra húmeda y cada vez me costaba más avanzar. La bruma se apoderó de mi mente, y estaba tan cansada que lo único que quería era cerrar los ojos y dormir.

Tras una eternidad helada, escuché el sonido de un quad. Hugo se acercó con preocupación en la mirada y detuvo el cuatriciclo para darme un abrigo con el que cubrirme, lo que permitió que me deshiciese de la humedad de la manta que se me había pegado al cuerpo como una segunda piel.

El joven me tendió una mano para ayudarme a subir al vehículo y yo asentí con la cabeza y me senté tras él, demasiado cansada como para rechazar su ayuda. El beta arrancó despacio para no sobresaltarme y llegamos a la casa de la manada en un abrir y cerrar de ojos.

En cuanto me bajé del quad sentí que me fallaban las piernas y necesité del apoyo de Hugo para no caerme. No sabía si me estaba ayudando porque quería o porque Dante se lo había ordenado, quizá una mezcla de ambas, lo que aumentaba la confusión que sentía con respecto a aquellos malditos lobos.

Hugo me agarró del brazo y me ayudó a subir las escaleras hasta el cuarto piso, algo que en un estado normal habría resultado sencillo, pero en aquel momento me pareció el camino de descenso hasta el mismísimo infierno. Mi respiración se normalizó en cuanto llegamos a la puerta y Hugo la abrió y me guio hasta el interior en silencio.

Lo primero que hice fue coger la botella de agua que descansaba sobre la isla de la cocina y me la bebí de un trago, angustiada por la deshidratación provocada por el acónito. El beta observó mis movimientos en silencio y esperó a que terminase, y cuando vio que me dirigía al baño para darme una ducha de agua caliente, asintió con la cabeza y se encaminó hacia la salida.

—África... —dijo cuando ya había entrado en el baño—. Dale una oportunidad.

Y con aquellas palabras, se dio media vuelta y se marchó. Mis ojos incrédulos se deslizaron por su espalda hasta que cruzó el umbral de la puerta y desapareció. ¿No era él quien me había dicho que Dante se merecía algo mejor? ¿Ahora quería que le diese una oportunidad?

Mi dolor de cabeza se agravó con aquellos pensamientos, y me metí en la ducha para detener los escalofríos que sacudían mi cuerpo. Me entretuve unos minutos secándome el pelo, y cuando sentí que ya no podía aguantar más, me dirigí a mi habitación.

Me sorprendí al ver que alguien se había encargado de colocar una puerta nueva y retirar las astillas y el recuerdo de la que Dante había destrozado, pero decidí no darle más vueltas al asunto y me fui directa a la cama.

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El sonido de la lluvia despertó mis sentidos a media mañana, y a pesar de que sabía que Dante había estado en casa, ya no podía sentir su presencia cerca, lo que me motivó a levantarme de la cama. Mis ojos se posaron en la ropa de mi talla que habían dejado sobre mi escritorio, y acaricié con alegría aquellas prendas que parecían ser nuevas y estar recién lavadas.

Daba gusto volver a vestir algo que no oliese a Dante y me recordase constantemente lo ocurrido, aunque resultaba bastante difícil ignorar la marca que mostraba mi cuello y las emociones ajenas que invadían mi pecho.

Me apresuré para prepararme algo de desayunar antes de que mi paz se viese interrumpida, y a pesar de que busqué por todas partes la mochila que había utilizado el día anterior, no fui capaz de encontrarla. No recordaba dónde la había dejado y en ella guardaba todos los libros que había cogido de la biblioteca, así que me dirigí al salón y analicé los tomos que descansaban en la estantería de Dante mientras me comía una manzana.

No pude evitar sonreír cuando encontré un ejemplar de Las aventuras de Lucio Stirling, y lo cogí para meterlo en el bolsillo del abrigo que me había dado Hugo la noche anterior. La lluvia caía con fuerza en todo el territorio, y solo conocía un sitio en el que estar sola y refugiarme de las adversidades meteorológicas, así que deseé con todas mis fuerzas que Dante no estuviese allí.

Sin más tiempo que perder, cogí un paraguas del colgador de la entrada y me aseguré de que no había nadie en las escaleras antes de descender por ellas. A pesar de que me crucé con algunos lobos de la manada, ninguno se acercó a mí. No sabía si era porque Dante les había ordenado que me dejasen en paz o porque se habían enterado del escándalo de anoche y no querían echarle más leña al fuego.

Suspiré aliviada en cuanto percibí que Dante no estaba en su cabaña, y pulsé el interruptor que encendió los cientos de luces amarillas que iluminaron su interior. El olor a musgo y madera y el sonido de la lluvia sobre el tejado consiguieron que me relajase de inmediato, y me senté junto a la ventana antes de sumergirme en el libro de Lucio.

Mi mente se distrajo al momento y pasé horas devorando aquellas páginas. Sabía que había pasado bastante tiempo porque mi estómago se manifestó para pedir alimentos y no me quedaba agua, y pese a todo, mis ganas de volver a la civilización eran inexistentes.

La lluvia dificultaba mi audición y hacía que olfatear el ambiente fuese un suplicio, y quizá fue aquel el motivo por el que tardé más de lo que me habría gustado en darme cuenta de que Dante se dirigía a la cabaña.

Cuando levanté la vista del libro ya era demasiado tarde, y vi que el alfa abría la puerta y entraba con premura para refugiarse de la tormenta. Mis ojos se encontraron con los suyos, y en ellos vi un cúmulo de sensaciones que me obligaron a bajar la barrera mental que bloqueaba nuestra comunicación.

Me satisfizo descubrir que entre las emociones que se arremolinaban en su pecho se encontraba un arrepentimiento real y sincero, y me mordí el interior de la mejilla al no saber cómo reaccionar. Dante estiró el brazo para darme la mochila que había perdido, y cuando la vi fruncí el ceño por la confusión.

«Dentro están todos tus libros y también he metido una manta, agua y un poco de comida caliente». —Su voz resonó en mi mente y sus palabras me dejaron anonadada.

Mis ojos se deslizaron por su rostro y se centraron en las marcas que habían dejado mis garras y que todavía se podían apreciar en su piel. Mi corazón se encogió por los contradictorios sentimientos que me atosigaban, y le di las gracias en un débil susurro.

El alfa asintió con la cabeza y se marchó de la cabaña sin añadir nada más, lo que me dejó todavía más confundida.

—Dante —dije después de unos segundos mientras apoyaba la cabeza contra la pared en un gesto de pura rendición.

Sabía que podría escucharme aunque se encontraba bastante lejos de la cabaña, y percibí que sus pasos se detenían antes de deshacer el camino andado.

—Explícamelo.

⬇⬇DOBLE CAPÍTULO⬇⬇ 🎄 ¡Feliz Navidad! 🎄

La maldición del sol +18 (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora