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Capítulo 5

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Capítulo 5.
Quiza no sea tan mala idea...

Habían pasado dos semanas desde que llegué a este hospital. No pasaba mucho aquí realmente, no salía ni nada por el estilo. Solo me quedaba en mi habitación y leía uno que otro libro que mi papá me traía. Veía mis redes sociales de vez en cuando. Aun que ciertamente no era muy necesario revisarlas. No había mensajes. No había notificaciones.  

Había tenido varias consultas con la señorita Kayama. Dijo que probaría conmigo yendo a terapia por dos meses, dos veces por semana, y después vería que tal iba. Era una mujer agradable. No era una psicóloga convencional. Era mas una clase de confidente. Era graciosa y ruidosa. Usualmente no me agrada la gente ruidosa. Pero ella era una de las excepciones. Ella y mi enfermero. Que por alguna razón sospecho que terminara siendo el novio de mi padre. 

No había hablado mucho con Izuku en esas semanas. Solo miraba hacia el techo y decía cosas tontas, el se reía. Me llevaba helado. Yo no salía de mi cuarto a menos que fuese para asearme. Así que como el quería ponerme contento me traía helado de vainilla, el prefería el chocolate. Se ensuciaba toda la cara con el helado, y luego se quejaba de que sentía la nariz fría. Se sentaba a mí lado mientras leía. Era de cierto modo agradable. No llegué a conocerlo mucho. Solo pasábamos los días juntos para matar el tiempo. Pero ahora tenía un problema mayor.

Pesadillas. 

Todos tenemos pesadillas. Cuando somos niños tememos que un demonio se esconda bajo la cama. O soñamos con brujas en Halloween y no podemos dormir.

Tener pesadillas se estaba volviendo en algo común para mi. Sabia que no tenia el peor pasado. Habia miles de personas que en su vida habían sufrido mucho mas. Pero eso no impedía que aquellos monstruosos recuerdos regresaran a mi una y otra vez. Atormentándome. Viniendo a mi memoria como si hubiesen pasado hace apenas unos días. Como si estuviese estancado en esos escenarios ocurridos hace 10 años o más.

El dolor se plantaba justo sobre mi cicatriz. Como si me estuviese incendiando. Todo mi cuerpo se sentía de es modo. En llamas. Y ni siquiera el frio de la madrugada que abrazaba mi pálida piel podíamos apagarlas. Pensar que esa detestable marca se quedaría conmigo de por vida. El aire abandonaba mis pulmones. Y después de que el sueño terminará me encontraba a mi mismo ahogándome con mis propias lágrimas.

Entonces de nuevo estaba en ese cuarto. El techo estaba dañado. La humedad hizo una mancha sobre aquel  horrible tapiz de color azul que estaba más  que desgastado. Podía jurar que el cuarto olía a alcohol. A cerveza específicamente. Cosa que empecé a distinguir a una edad en la que no debería haberlo identificado. No debería haber sabido muchas cosas. Como las infidelidades. El sexo de reconciliación. Como usar un tenedor como arma. O como se disparaba una pistola y se huía de la escena después. 

Esa blanca cobija, era tan delgada que apenas podía abrigarme del frio por las noches. Un niño que nunca sintió el calor. Una única almohada reposaba sobre la cama. Nunca tuve peluches o algo por el estilo. Solo era yo, mi libro y mi vaga imaginación durante las noches oscuras.

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