XI

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Harry no recuerda el momento exacto en el que la primera gota de alcohol tocó sus labios; a partir de ella las gotas se convirtieron en sorbos y, poco más tarde, en largos tragos.

Una suave brisa pintaba el atardecer en Los Ángeles con tonos rosados y anaranjados cuando Harry tomó la botella entre sus manos, con un aciago intenso.

Era el mismo deseo fatídico de siempre, provocado por el mismo pensamiento. Pero esta vez había llegado mucho más lejos sin siquiera pretenderlo.

Los indicios del anochecer coronaban el cielo y Harry trató de ponerse de pie. Se hallaba en la cocina, sentado en el taburete con aura de un lobo solitario. Se sentía un desgraciado.

Llegó al salón dando traspiés, con la botella en su mano, y se dejó caer en el sofá con la cabeza dando mil vueltas. Sentía el alcohol en todos los rincones de su cuerpo, controlando sus sentidos.

Fue cuando le dio una arcada y se inclinó hacia delante cuando lo vio. El alcohol lo enfocaba deslumbrante, sobre la pequeña mesa delante del sofá. Su teléfono móvil.

Harry tragó la acidez de la boca y lo cogió con manos temblorosas. Lo sostuvo entre ellas lo que se le antojó una infinidad de tiempo estando ebrio, pero no fueron más de veinte minutos.

Sus dedos tamborileaban al azar sobre la pantalla bloqueada, hasta que un impulso espontáneo le hizo desbloquearla y buscar aquel nombre en la lista de contactos.

Suspiró, notando un dolor agudo que le taladraba la cabeza y se recostó en el sofá, con las piernas estiradas delante de él; el móvil en su pecho. Cerró los ojos y observó la batalla que la sensatez y la imprudencia libraban en su cerebro.

Sintió un nuevo pinchazo en la cabeza y abrió los ojos. La camiseta sin mangas se le adhería al torso, y los pantalones cortos se escurrían hacia arriba sobre sus piernas. Dio unos cuantos tragos más.

Se incorporó y metió la cabeza entre sus manos, tirando con fuerza de su cabello. Casi podía sentir el alcohol corriendo por sus venas.

Tomó el móvil en su mano derecha y lo desbloqueó, intentando enfocar la vista en los difuminados nombres de su lista de contactos. Encontró el suyo y —esta vez— no se lo pensó dos veces antes de presionar la pantalla.

La línea comenzó a marcar.

Comenzó a sentir cada vez más calor en su cuerpo y cómo los latidos de su corazón le golpeaban el pecho, pero no era del todo consciente de lo que hacía.

—¿Harry?





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El corazón de Louis se detuvo una milésima de segundo y dejó la taza sobre la mesa con un golpe sordo, derramando parte del líquido de su interior. Observó el nombre de Harry en la pantalla del teléfono y con un movimiento rápido descolgó.

—¿Harry?

La línea se mantuvo en silencio. Louis notaba el corazón bombeando en sus oídos. Apretaba el móvil con tanta fuerza que los nudillos se le volvieron blancos. Tragó duro.

—¿Harry? —repitió.

Se escuchó un siseo y el repiqueteo de un vidrio, como si Harry depositara un vaso sobre una mesa de cristal con fuerza excesiva.

—Tú —habló Harry, desdeñoso. Su voz sonaba agrietada.

Louis apoyó los codos en la mesa; intentaba disminuir su frecuencia cardíaca.

—Ha pasado un tiempo, ¿no? —cuestionó Harry con voz socarrona. Arrastraba mucho las palabras y su voz sonaba seca—. Casi dos años... y sigues jodiéndome cada vez que tienes oportunidad.

don't give up on me // larry stylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora