XXI

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Una sola llama prendida puede provocar un incendio que devore cientos y cientos de hectáreas. Y tan solo es necesaria una única y mísera llama. Una, para provocar algo devastador.

El corazón de Harry funcionaba igual. O eso creía él, al menos. Con un solo estímulo, todo su cuerpo reaccionaba en busca de más. Y aquello le podría causar problemas en un futuro no muy lejano.

Cuando veía a Louis sentía —de una manera bastante precisa, a su parecer— que la distancia entre ellos se estrechaba. Sobrepasando los límites de la amistad en camino a una zona que resultaba peligrosa por todos los golpes que se habían dado en ella hacía menos de un año.

No era exclusivamente por parte de Harry. Louis también ofrecía. Hace unas semanas, poco después de su cumpleaños, quedaron para ver una película y se quedaron dormidos en el sofá. Cuando Harry despertó, su cabeza estaba apoyada en el regazo de Louis mientras la mano de Louis dejaba caricias en su pelo. Harry se hizo el dormido por lo asustado que estaba de esa cercanía.

Otro día estuvieron conversando sobre sus viajes favoritos en la infancia cuando Lottie llamó a Louis con un motivo de urgencia —las gemelas se habían aliado porque no querían ir a clase un viernes— y Louis respondió a la videollamada a la vez que se sentaba al lado de Harry para que ambos pudieran ver la cara enfurruñada de Lottie. Eso solían hacer cuando se iban de tour con la banda y llamaban a los familiares.

El último día que se vieron, Harry estaba llevando un bol con palomitas al sofá cuando tropezó con Louis en el camino. El castaño lo sujetó para evitar la caída, agarrando con suavidad sus antebrazos en el proceso. Cuando el rizado se irguió, ninguno de ellos se movió del sitio; sus rostros a centímetros de distancia. Al final Louis sonrió y cogió una palomita del bol para llevársela a la boca, rompiendo el momento incómodo.

Todos los días que se habían visto estuvieron rodeados de pequeños matices muy cercanos a superar las barreras de la amistad. Y Harry estaba comenzando a preocuparse porque con cada uno, él deseaba más y más. Y se estaba volviendo loco.

Se encontraban a finales de febrero, a tan solo semanas del inicio del Live On Tour. Lo que significaría que dejaría de ver a Louis por un tiempo.

Estaban siendo días ajetreados y de mucho movimiento en su equipo para asegurarse de que todo fuera sobre ruedas en la gira, pero aquel día todos los miembros lo tomaron como descanso para bajar los nervios. Y Harry había invitado a Louis a su casa.

Ya se había vuelto una rutina ver a Louis allí. Como en los viejos tiempos. Harry ni siquiera se arreglaba, muchas veces lo recibía en pijama sintiéndose cómodo bajo la comprensiva mirada de Louis.

Y aquel fue uno de esos días. Estaba tomándose un café en la cocina cuando escuchó la puerta de entrada abrirse con un chasquido. Una serie de pasos avanzaron por el pasillo y segundos después un reluciente Luis apareció por la puerta de la cocina.

Sonrió al ver a Harry.

—Buenos días.

—Son las ocho de la mañana —replicó mientras se llevaba la taza a los labios.

—Por eso mismo, buenos días.

Harry gruñó y se pasó la mano por la cara, escondiendo un bostezo. Se había levantado hacía apenas quince minutos

—No sueles llegar tan temprano —masculló mientras Louis tomaba asiento delante de él—. Pensaba que llegarías sobre las doce.

—Podría excusarme diciendo que solo había un avión que llegaba a esta hora —se encogió de hombros—, pero lo cierto es que quería llegar pronto para estar más tiempo contigo. Vas a estar mucho tiempo fuera.

don't give up on me // larry stylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora