III

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Las pequeñas gotitas de agua resplandecían como luciérnagas en la oscuridad. El sol las traspasaba formando una imagen difuminada del exterior. Y brillante. Muy brillante.

—¿Cuándo podré irme?

Las gotas de agua se deslizaban hacia abajo sobre el cristal, haciendo que las luciérnagas cobrasen vida. Observó sin parpadear la carrera entre las gotas, viendo cómo algunas desaparecían por el camino y cómo algunas adelantaban a otras. Se sintió un niño de nuevo, y casi pudo oír a su madre tararear alguna vieja canción de los 90 en la cocina.

—Sé que tú no estás cómodo tampoco, pero esta situación también es difícil para mí.

No supo determinar qué gota llegó antes a la parte inferior del cristal. Subió los ojos de nuevo para volver a elegir a las participantes.

—¿Me estás escuchando?

Se preguntó si debería poner nombre a las distintas competidoras. Alissa, Eden, Cassie, Alexandra... Y a esa de la izquierda un poco más voluminosa que las demás la llamaría Morgan.

—¡¿Hola?!

De momento Cassie llevaba la delantera, seguida de cerca por Alissa y...

—¡¡¡LOUIS!!!

Pegó un bote en su asiento y se obligó a enfocar a la figura situada a enfrente suya. Estaba cruzada de brazos y lo miraba con el ceño fruncido.

—¿Qué decías? —preguntó parpadeando para salir de su ensoñación.

—Que cuándo podré irme de aquí.

Suspiró con cansancio y se levantó para sacar una cerveza del refrigerador.

—No lo sé, Eleanor —dijo abriendo la pequeña botella y llevándosela a los labios—. Cuando decidan que ya ha habido suficiente promoción.

—No pueden obligarme a vivir contigo.

—No lo hacen.

—Pero sí que nos obligan a fingir que nos hemos ido de viaje juntos.

—Parte del trabajo. —Se encogió de hombros mientras daba un largo trago.

Ella se levantó y se acercó a él, guardando las distancias. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho.

—Te obligan a besarme, a abrazarme, a tomarme de la cintura. Tengo que hacer fotos de los perros y subirlas a las redes. Todo eso siempre te ha molestado. ¿Por qué ahora no?

Levantaba una ceja en señal de interrogación mientras pateaba el suelo con la punta del pie. Apuró la cerveza y se giró para que no pudiese verle la cara.

—¿Serviría de algo quejarse?

El ojiazul se mordió el labio con fuerza y cerró los ojos.

—Nunca has sido de los que se callan las cosas —repuso ella.

—Bueno, pues ahora sí —gruñó mientras se daba la vuelta y volvía a la sala.

Ella le siguió.

—Mira, sé que nunca te he gustado y que nunca has llegado a soportarme del todo, pero si vamos a tener que aparecer como una pareja feliz lo mejor que podemos hacer es intentar llevarnos bien, ¿no crees? —Lo retuvo del brazo y le obligó a mirarla. Sus ojos castaños se clavaron en los suyos.

—Eso no quiere decir que tengas que estar al corriente de mi vida —replicó él.

—Tampoco es muy difícil deducir qué ha pasado. Antes te escabullías siempre que podías y ahora ni siquiera te quejas y estás siempre en tu mundo. No es difícil deducir que ha habido problemas con cierta persona.

don't give up on me // larry stylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora