10. Súbeme al Cielo

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Domingo, enero 2020. (Quinto día)

Habían pasado toda la noche sin salir de la habitación de Alba. Y aunque no habían establecido lo que conllevaba una relación, habían vivido esas horas como un sueño del que no se querían despertar.
Pero ya era por la mañana y la rubia debía cumplir con sus funciones como directora.

—Nat... —la intentó despertar.

La valenciana estaba acostada sobre el pecho de la pamplonesa y por ello, tuvo que mover su cabeza para tener visión del rostro de la otra, que yacía plácidamente.

Alba al ver que no despertaba, decidió empezar a vestirse. Se sentó sobre la cama y en un intento de ponerse la camiseta, notó un par de dedos recorriendo su columna vertebral.

—¿Pensabas salir corriendo? —la preguntó sin dejar de realizar aquellos movimientos.

Giró la cabeza para mirarla y negar.

—Tengo que trabajar —se separó un poco y logró ponerse la prenda.

Y en ese momento se acordó del concierto, había empezado a organizar todo pero aún no sabía si seguía en pie.

—Nat... —la miró.
—Dime —dijo volviéndose a acomodar boca abajo para dormir pero esta vez sonriendo.
—¿Vais a dar el concierto? —se tumbó poniendo su cabeza en la parte baja de la espalda de Natalia.
—Supongo —encogió los hombros— ¿por?
—Porque estamos preparando todo —se incorporó de nuevo y volvió a la intención de vestirse.
—Luego se lo digo al grupo, aunque no sé dónde está la mitad de los componentes —recordó el anterior día donde ni María ni Carlos habían aparecido.
—Bien...

Cuando terminó de vestirse, le dio un beso en la mejilla a la morena y se levantó.

—Nos vemos luego —dijo saliendo.

Natalia se quedó durmiendo un rato más en la habitación de aquella mujer que la había quitado varias veces el aliento. Iban a vivir en un sueño durante dos semanas, pero no sabían qué es lo que vendría en un futuro.

Una hora después, la pamplonesa ya salía totalmente vestida y contenta. En el camino hacia el salón se encontró con María.

—¡Hombre! ¡La desaparecida! —exclamó Natalia al verla.
—Bueno, bueno, tú ayer noche también lo estuviste —sonrió al pillarla.
—¿Y tú cómo lo sabes? Si estuviste todo el tiempo con Pablo.
—Ahhh, nunca lo sabrás —rió— vamos que tengo hambre —se adelantó y se sentó en la primera mesa que estaba libre.

La navarra sonrió e hizo lo mismo que la madrileña.

—No me digas que estuviste en nuestra habitación —dijo mirándola.
—Puede ser —sonrió— pero tú estuviste también con Alba y no te he dicho nada —le dio un pequeño codazo al haberla pillado— Bueno, ¿y qué tal con ella?
—Bien... —pensó en si era buena opción decírselo—, creo que estamos empezando algo.
—Nooo —gritó al no creérselo.
—Shhh... —la tapó la boca— baja el volumen.
—¿Y cómo lo vais a hacer?
—¿Y tú con Pablo?

La madrileña, al igual que Alba, era una de esas personas que iban de flor en flor pero al parecer, ambas habían encontrado una flor que les gustaba y parecía que no la iban a soltar en un buen tiempo.

—No hemos hablado —encogió los hombros como si eso fuese lo más normal del mundo.
—¿Y ya está?
—Pues sí, no creo que lleguemos muy lejos. Somos iguales Natalia.
—¿Y qué tiene eso de malo?

María la miró, en esa mirada intentaba hacerla recordar algunas situaciones en las que la había liado. Entre ellas había una de una discoteca, en la fiesta del chico más popular de la universidad. Allí se bebía de todo y también se vendía, y es por eso que aquella noche fue inolvidable para todos pero más para la rubia de pelo largo.

La Posada | ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora