18. La Culpa

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Jueves, enero 2020. (Noveno día)

Después de pasar toda la mañana en la playa, el grupo volvió al hotel entre risas, las personas presentes les miraron ya que estaban haciendo bastante ruido.

—Perdón —dijo Carlos en una pausa para coger aire y no morir en el intento.

Entre aquella multitud estaba la rubia de pelo corto, la cual miraba a la más alta de una manera bastante amenazadora. Natalia notó en el cogote aquella mirada y aunque sólo fue un segundo, se la devolvió, pero al ver lo que transmitían los ojos color miel de aquella persona, decidió retirarla.

En silencio se sentaron en una mesa y esperaron a que la campana que anunciaba la hora de comer sonara.
Terminaron y Natalia se disculpó ya que hacía mucho que no hablaba con sus padres. Salió del hotel y como la anterior vez, se fue a una zona donde hubiese más cobertura.

—¿Mamá? —preguntó ya que, aunque había llamado a su número, podría haberlo cogido cualquier persona.
—Nataliuca —la llamó su hermana pequeña Elena.
—Elena cariño, pásame a mamá.

Elena nació cuando Natalia estaba a principios de la época adolescente. Cuando lo hizo, la atención que sus padres la mostraban siendo hija única desapareció en menos de lo que cantaba un gallo. Y eso que la identidad paterna casi nunca estaba. Muchas veces se quedaban solas y ella tenía que cuidar de la menor, es por ello que a partir de aquellos momentos se volvieron inseparables..

Con sus ocho añitos sabía hacer muchas más cosas que un niño de once y a veces les suponía un problema a los progenitores ya que no sabían muy bien qué decir en algunas preguntas.
Sin embargo, Natalia era por así decirlo; su modelo a seguir. Inteligente (cuando quería), alta, guapa... tenía todo lo que ella quería tener cuando fuese mayor.

—¡Voy! —gritó con la mayor ilusión de escuchar a su hermana mayor— ¡Mamá! —se escuchó llamarla.

—Tranquila hija, que estás muy hiperactiva —dijo mientras cogía el móvil— Hola a mi otra hija —rio al ponerse.
—Hola mamá. ¿Qué tal estáis?
—Bien, bien, tu padre no está aquí, ya sabes —dijo sin necesitar seguir ya que ella ya tendría que saber continuar aquella oración.
—Ya, ya, sí. Elena está bien, ¿no?
—Sí, ya la has oído —dijo supervisando las acciones de la menor— Está bien, muy activa, como siempre —soltó un suspiro final— ¿Y tú?
—Bien, bueno, normal —dijo no muy segura— Volveremos mañana a Madrid.
—¿No os quedabais toda la quincena? —preguntó extrañada.
—Al final no. No nos daba para más días.
—Qué raro, siempre soléis anticiparos a los acontecimientos.

La madre de Natalia conocía perfectamente al grupo de amigos. Es más, éstos la consideraban una segunda madre a la que se le podía contar cualquier cosa. Claramente, antes de dejarla salir con ellos, aun siendo mayor de edad, tuvo que hacerles un pequeño interrogatorio cuando fueron a Pamplona para celebrar el cumpleaños de Elena.
Les dio el visto bueno y ya desde aquel momento, siempre que ellos tenían un rifirrafe, María Sanabdon estaba al rescate.

—Ya bueno, algún día tendríamos que fallar —dijo soltando una pequeña risa.
—A lo mejor os da tiempo a venir a Pamplona, por aquí Elena te echa de menos —dijo sabiendo que la haría mucha ilusión ver a Natalia y a sus amigos.
—No creo —dijo pensando en los exámenes próximos al comienzo de la universidad—. Pero se lo preguntaré igualmente.
—Vale hija. Te tengo que dejar que se me va a quemar el bizcocho que estoy haciendo —dijo para ver si Natalia pillaba la indirecta.
—No me digas que estás haciendo el bizcocho de tres chocolates... —dijo muriéndose al imaginárselo.
—Sí. Si os venís os guardaré un poco —dijo para ver si colaba.
—Una oferta que seguramente acepten —dijo relamiéndose—. Luego te digo.
—Adiós Natalia.
—Adiós mamá...

La Posada | ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora