JUDITH
Lunes por la mañana. Primera hora de clase.
Todo el mundo habla sobre el último cadáver que ha sido encontrado en el parque y solo me llega a la mente que esa chica pudo haber sido yo.
Antes seguir el paso de mis clases resultaba más fácil. Yo estudiaba y prestaba atención en las clases e incluso la sola idea de tomar geografía me hacía tener unas ganas de vomitar aún así me esforzaba el doble, pero hoy cuando el profesor Ferreira, comienza a hablar sobre el período Colonización precolonial portuguesa y expansión territorial, me encuentro divagando, mirando afuera por la ventana.
Un escalofrío repentino me recorre la espalda y sé que no es él, lo que me sacude hasta los huesos.
Es mis pesadillas.
El terror de los gritos despiadados.
La imagen de una cabeza herida como el sangrado de plata pura en un lienzo en blanco.
Una roca inmortal siendo testigos sin pretensiones de sangre carmesí, vida perdida y una sensación de dolor que lo abarca todo.
Todos dicen que mis pesadillas mejorará con el tiempo. Mis padres, mis amigos, mi terapeuta.
Pero solo ha empeorado.
Todas las noches durante semanas, no he tenido más de dos horas de sueño confuso y plagado de pesadillas. Cada vez que cierro los ojos, el amable rostro de Salomón aparece, luego sonríe mientras el rojo escarlata explota de todos sus orificios.
Me despierto temblando, llorando y escondiéndome en mi almohada para que nadie piense que me he vuelto loca.
O que necesito más terapia.
Las últimas horas de clases se sienten extrañas. Nada de lo discutido llama mi atención. En la cafetería robamos unas cuantas miradas sin entender el por qué, tampoco es que me interesa mucho lo que puedan pensar de mí. Siempre me parece duro tener que estar rodeado de muchas personas.
Necesito un respiro antes de asfixiarme.
De regreso a casa un atisbo de temor me recorre, una sensación que se pierde, bastante conocida a la que sentí el día que murió Carlos. Tras cambiarme de ropa, lleno un termo de agua y salgo de casa.
En un momento me encuentro corriendo como si mi vida dependiera de ello. Corro y cruzo en algunas calles, al final termino aumentando el ritmo.
Me duelen los pulmones y tengo el cuerpo entumecido. Paso de inspirar y espirar de manera ordenada a jadear y resoplar sin control. Sigo avanzando, sin detenerme, concentrada en pasar la meta de los ocho kilómetros.
Cada centímetro de mi cuerpo se esfuerza por impulsarme hacia delante. Doy una zancada más, superando la meta cuando siento unos pasos detrás de mí, sigo corriendo con la esperanza de estar imaginando cosas, a pesar del sufrimiento que padece mi cuerpo en estos momentos.
Me pongo bastante nerviosa al no ver a nadie en el camino. El corazón me golpea en la garganta como un martillo, el vello de mi nuca se pone de puntas con la seguridad de que alguien se balanzará sobre mí y me tomará del cuello oprimiendo sus dedos en mi garganta hasta el punto de la asfixia y entonces veré mi vida pasar delante de sus ojos.
Unos ojos brillantes de placer mientras me quita el último aliento de vida.
Una voz conocida desde atrás me obliga a detener mis pasos: ―¡Judith, espera!
Con el corazón lo suficientemente acelerado como para darme un ataque antes de que mi atacante me ponga una mano encima, doy media vuelta muy despacio y me encuentro con Bryon sonriente y jadeando. Tiene el cabello mojado por el sudor y al parecer él también ha estado corriendo mucho. Lo interesante es que su vestimenta no dice lo mismo. Tiene unos pantalones vaqueros, con una camiseta gris. Pestañeo y mi instinto me dice que me eche a correr gritando porque en caso de que hubiera salido a correr tomaría otro rumbo que le quede cerca de su casa, pero mi respiración irregular por el trayecto me impide hacer otra cosa que mirar con horror y doy un paso atrás.
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Snap [Psyche#1]
Bí ẩn / Giật gânEra una fiesta normal. Una fiesta con un simple e inocente juego de pulseras de colores. ¿Qué tan malo puede ser eso? Él ya lo había hecho con anterioridad, pero nunca fue encarcelado por sus crímenes porque nadie nunca sospechó que su rostro angeli...