8. Club Pecados

2.2K 463 519
                                    

JUDITH

"Ya que he captado tu atención, te dejo la siguiente y última prueba.

Es algo simple.

Nadie lo ve, pero todos están envueltos en ella. Una sola consonante y un mundo de perdición."

Santo cielo, realmente necesito ayuda para superar mi crisis de curiosidad, ¿cómo podría esperar no meterme en problemas si a la primera oportunidad que encuentro para descubrir algo, ya voy ahí de metiche?

Incluso mientras conducimos hacia el club. Puedo sentir las palabras, queriendo salir de mis labios para decirle al conductor del taxi que se detenga y se dé la vuelta, que me lleve de nuevo a mi casa, pero mi curiosidad es mayor que mis miedos. Así que, aquí estoy después de haber salido una vez que llene el cuestionario y comprobé que Esther también había salido e ido a su casa.

—¿Señorita? —El grandullón de la entrada del club interrumpe mis pensamientos. —¿Señorita?

—¿Sí?

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciocho —reprimo el impulso de decirle la verdad.

Él me mira incrédulo, alzando una ceja dice de forma autoritaria. —No puede entrar sin identificación.

Suspiro.

Justo en este instante el grandullón se hace hacia un costado, dejando pasar a una chica de mi misma edad, rubia que por lo visto no necesita decir ni una sola palabra.

Así estamos.

Malditos prejuicios.

—¿Acaso tienes un problema con las morenas? —pregunto, indignada.

Pero él ni se inmuta mientras deja pasar a una pelirroja y otra castaña.

¿Por qué no puedo entrar?, ¿será por mi estatura promedio?, ¿mi mirada marrón y común?, ¿mis ojos grandes y pestañas que parecen falsas?, ¿mi nariz casi aguileña?, ¿o mi cuerpo flacucho con bustos extraños?

«¿Acaso no tienes una tarjeta?» Me recuerda esa voz.

La tarjeta, ¿cómo no lo pensé antes?

Mi corazón golpea con fuerzas contra mis costillas y saco la tarjeta, rogando a Dios que sea un pase mientras se lo entrego al guardia. Él lo revisa detenidamente con los ojos muy abiertos.

—¿Qué decías? —le digo con una sonrisa y le pongo carita de inocente.

—Necesitas ponerte dos pulseras —comenta un poco disgustado por mi presencia.

—¿Y si no quiero? —me revelo al notar que no hay ni una sola pulsera amarilla.

—No entras, porque incluso las preciosas como tú deben cumplir las reglas.

—No me pondré eso —apunto a las dos pulseras, una negra y otra azul.

—Y yo no te obligaré —me dice, siento los músculos de mi hombro y cuello relajarse de inmediato. —Pero si no lo usas, entonces, obviamente no vas a entrar.

Snap [Psyche#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora