31. Seis chicos y seis pulseras

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ABEL

¿Por qué Esther me tiene tanto miedo?

¿Dónde está Judith?

¿Quién las secuestró?

Mis ojos se apartan del fuego de la chimenea. Estoy demasiado alterado para pensar. Contemplo cómo el sol se comienza a ocultar en el horizonte, dándole a las cortinas un aspecto de iluminación tenue. La habitación en cualquier momento se llenará de oscuridad.

Esther estira lentamente su cuerpecito y abre los ojos con un parpadeo. Posa la mirada sobre mí y me ve desconfiada. Su cara ya no parece la misma, tiene ambos ojos amoratados y con heridas. Tiene los labios cubierta de cortes, pero de alguna manera su belleza consigue irradiar a través de las cicatrices, iluminando todo.

—Hola —la contemplo, embelesado.

Retrocede en la cama en silencio, tratando de alejarse lo más lejos posible de mí. Se me escapa una risita, pero es lo bastante leve como para que solo yo lo oiga.

—Te vas a caer.

—¡No me toques...!

Me lanzo sobre ella y le inmovilizo las manos por encima de la cabeza. La mantengo contra el colchón con mi peso, pongo la rodilla sobre sus muslos y utilizo mi mano libre para sujetarle la cadera.

—No te voy a hacer daño.

—Suéltame.

—No —nuestro rostro solo están a centímetros. —Primero dime por qué me tienes miedo.

—Me estás haciendo daño —dice mientras intenta soltarse.

—No te he hecho daño —contesto ofendido.

—Entonces, ¿por qué no me dejas ir?

—Porque es lo último que necesitas ahora mismo —meto las manos por debajo de la camiseta que le puse, buscando su piel desnuda solo para poder sentir su tacto, lo extrañe mucho todo este tiempo que estuvo desaparecida. Ella se pone rígida ante mi tacto y me empuja para apartarme. —Aún estás en peligro.

Dejo mis manos quietas, pero aprieto la boca contra la suya. Ella se remueve para tomar más de ello con desesperación. Agacho la cabeza y le atrapo el pezón con la boca, tirando de él con chupadas largas y profundas. Oigo cómo ahoga un grito, notando que su cuerpo se sacude por la sensación y sonrío para mis adentros.

—Abel —lleva las manos a mi cabello y lo remueve.

Levanto la cabeza y dejo un beso en la comisura de sus labios, pero hay algo en el tono de su voz que me inquieta.

—Dime —me echo hacia atrás despacio mientras mis ojos recorren su rostro.

—Debemos hablar en cuanto a lo de nosotros... —aparta la mirada y se muerde el labio inferior.

Al ver la incomodidad plasmada en su cara, me levanto. Desesperado, me acerco a la ventana, tratando de buscar calma porque desde aquella mañana había sentido extraña, se mantenía lo más alejado posible de mí hasta el día de la fiesta del secuestro cuando habíamos hecho el amor en aquella tienda.

Ella es la segunda persona que no puedo imaginar perder.

Ignoro el nudo que siento en el estómago y me quedo inmóvil, esperando a ver a dónde lleva esa conversación.

—Perdón por no haberlo dicho antes, pero me acosté con Deam... —dice en voz baja.

Hijo de puta.

Esther me ha destrozado y su palabra expresa el desorden de emociones que me pone en el ojo del huracán.

No estoy seguro de lo que escuché, pero todo pensamiento racional ha abandonado mi mente y me he transformado. Lo veo todo rojo. Mis manos no dejan de temblar, se me cierra los puños continuamente.

Snap [Psyche#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora