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Lo único que Ji Yong deseaba en el mundo era estampar su firma en un dichoso contrato de alquiler. No pedía tanto. Incluso había empezado a tener pesadillas. Soñaba que las páginas grapadas y garabateadas del contrato se alejaban y por más que corría nunca conseguía alcanzar aquel manojo de papeles.

Apenas le quedaban cuarenta y ocho horas de plazo cuando dejó a un lado su orgullo y se decidió a llamar a Kim Sa Rang

No sirvió de nada.

Durante todos aquellos años, se había convencido de que su estilo de vida era inmejorable: iba a lo suyo, no ayudaba a nadie, pero tampoco pedía ningún favor, tan solo se valía de sí mismo. Eso era bueno, siempre y cuando fuese suficiente y ahora no lo era, pero no se le ocurría nadie a quien pudiese recurrir. La persona con la que más confianza tenía era probablemente la mujer de una verdulería cercana; siempre le guardaba los mejores tomates y le decía qué productos eran frescos y cuáles habían llegado hacía varios días. Ni siquiera sabía su nombre. Era Irina o Iris o algo así.

No había tenido demasiadas relaciones sentimentales. Tampoco las había buscado. En primer lugar, porque un tal SeungHyun le enseñó lo que era un corazón hecho añicos y la experiencia no fue demasiado agradable. En segundo lugar, porque cada día que pasaba se volvía más receloso y la mayoría de las personas que se cruzaban en su camino no le parecían nada interesantes.

Ji Yong no quería problemas y huía de los dramas. Solía sentirse más seguro junto a gente práctica y eficaz. Por ejemplo, la cartera de su zona, una mujer de rostro enjuto que siempre llegaba puntual y se limitaba a murmurar «Buenos días» y «Adiós», le gustaba. En cambio, el vecino de enfrente, excesivamente hablador, entrometido y dispuesto a no dejarlo tranquilo (ni aunque fuese cargado con las bolsas de la compra), no le hacía ni pizca de gracia. Es decir, la humanidad se dividía en dos grupos: personas molestas y personas no molestas; desgraciadamente, casi todos pertenecían al primero.

Puede que por todo eso solo hubiese tenido dos parejas relativamente estables y ninguna de ellas duró más de unos cuantos meses. El primero se llamaba Kim Hyun Joong ó Woo Bin como le gustaba que lo llamaran, lo había conocido cerca del puerto, en Hongdo, cuando todavía vivía con su tía. Durante sus habituales paseos por la zona, se sentaba cerca de él y lo observaba lanzar las redes desde las rocas e intentar sacarlas después. Nunca hablaban. Un día, él se acercó y lo invitó a salir. A Ji Yong le gustó que fuese directo, sin dar vueltas al asunto. Dijo que sí.

Woo Bin era una persona simple. No en un mal sentido, todo lo contrario. Lo bueno de él era que no había nada más allá que esa primera capa que dejaba ver a todo el mundo; no existía un trasfondo oculto, no tenía misterios que ser descubiertos. Cuando salían se divertían lo suficiente como para que Ji Yong quisiese repetir.

Había perdido la virginidad en su coche, en el asiento trasero. No fue nada romántico, algo que le gustó porque así no parecía más de lo que sencillamente era, pero fue cuidadoso y le preguntó en varias ocasiones si le estaba haciendo daño. Mientras los cristales se empañaban y sus embestidas se tornaban más profundas y certeras, Ji Yong fue consciente de que nunca podría enamorarse de él y ese pensamiento lo hizo sonreír.

Tenía el control y nunca volvería a perderlo.

Su segundo pequeño amor se llamaba Lee Chang Seon. Era el repartidor que le traía la pizza a casa cuando hacía un pedido a domicilio. Tenía los ojos negros y pequeños y siempre aprovechaba el momento de tenderle la humeante caja para rozarle la mano con delicadeza. Era atractivo.

Tenía la misma edad que él y no era difícil adivinar que asistía al gimnasio con bastante asiduidad. Ji Yong empezó a pedir pizza con más frecuencia de lo normal (traducido en números: engordó dos kilos y medio). Y Ji Yong cada vez le hablaba más y tardaba más tiempo en darle el cambio.

『다시 만나야 할 33 가지 이유 』 » GTOPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora