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Ji Yong dio un trago a su taza de té y contempló con melancolía las cajas de cartón que descansaban a su alrededor, sobre el suelo del apartamento que abandonaría en menos de veinticuatro horas. Suspiró cuando Mantequilla se subió a una de las cajas y comenzó a arañar la superficie con la intención de afilar sus uñas.

Ese era otro de los problemas: transportar sus pertenencias, las pocas que tenía. Había llamado a una empresa de transporte y acordado con ellos la mini mudanza hasta el hostal en el que pensaba alojarse. Le habían ofrecido una habitación doble vacía a un precio que se podía permitir durante un par de semanas, hasta que lograse firmar algún contrato de alquiler.

Hacía dos años que no conducía. No es que no supiese hacerlo, es que no lo veía necesario. Tiempo atrás había sufrido un leve accidente (nada importante más allá de unos cuantos raspones), pero el coche quedó inservible y él, pragmático, decidió no invertir en uno nuevo y empezar a utilizar el transporte público. Había ido aprendiendo la lección: entendía las señales. Un golpe, malo. Dos golpes, empieza a correr. Tres golpes, estás jodido. A la mínima complicación, reculaba. Si intuía que algo podía salir mal, no volvía a repetirlo. Era un barco a la deriva pero feliz, que se dejaba llevar por la corriente y no intentaba remar en la dirección contraria. Así que si había tenido un percance estando al volante, no volvía a ponerse al frente de uno. Y fin del problema.

Se acercó al ventanal de la cocina y se sentó en una de las sillas que había frente al cristal, a la derecha de la mesa principal. Iba a echar de menos aquellas vistas; aunque no eran gran cosa, se había acostumbrado a observar ese tramo de ciudad todo el tiempo: cuando comía, cuando hacía una pausa para inspirarse, cuando se llevaba el portátil a la cocina para escribir mientras algo delicioso (y precocinado) se cocía en el horno... Emitió un dramático suspiro sin dejar de acariciar el sedoso lomo de Mantequilla.

Cansado de darle vueltas al mismo asunto una vez tras otra, se decidió a darse una ducha. «Igual hasta me podría tomar un baño», dudó. De cualquier modo, no tuvo tiempo de elegir qué haría porque acababa de desnudarse cuando sonó el timbre de la puerta.

De mala gana tomo la bata blanca y, mientras se lo anudaba a la altura de la cintura, caminó a trompicones por el apartamento hasta llegar a la puerta principal. Esperaba que no fuese su pesado vecino parlanchín, porque no estaba de humor. Sin preguntar antes quién era, abrió. Un latido, profundo, seco, intenso, golpeándole el pecho con brusquedad, lo dejó sin respiración. No supo cómo consiguió mantener el equilibrio y permanecer en pie, inmóvil.

Necesitaba aire.

Choi SeungHyun apoyó una mano en el marco de la puerta y lo miró fijamente mientras Ji Yong se esforzaba por ubicarlo y procesar que realmente estaba allí, frente a él. Después de tanto, tanto tiempo...

Podría haberlo reconocido en cualquier parte; quizá incluso con los ojos cerrados, porque ese aroma masculino... ese toque tan personal... era inconfundible. SeungHyun había crecido un poco más y su cuerpo era atlético y musculoso; los hombros anchos, la cintura más estrecha. Seguía teniendo una mandíbula cuadrada que daban ganas de mordisquear y una sonrisa traviesa e insolente. Sus brillantes ojos negros lo recorrieron de arriba abajo y después se entrecerraron bajo las espesas pestañas negras que los enmarcaban.

— Si he de ser sincero, no esperaba un recibimiento tan entusiasta...

Sonrió y desvió la mirada hacia sus piernas desnudas.

Ji Yong tembló.

SeungHyun tenía un timbre de voz especial, desde niño. Ronco y profundo, como si un aguijón envenenado se clavase en tu oído y no pudieses sacarlo de ahí. Incluso cuando terminaba de hablar, la sonoridad musical de su voz parecía quedarse flotando en el aire unos instantes. Y a ello había que sumarle aquel tono persuasivo, suave y cautivador que había ido perfeccionando con el paso de los años.

『다시 만나야 할 33 가지 이유 』 » GTOPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora