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SeungHyun regresó tres días después.

El sol parecía abatido mientras descendía tras la línea del horizonte. Ji Yong tecleaba en el portátil escuchando música de fondo, totalmente concentrado en la historia que tenía entre manos.

SeungHyun no pidió permiso antes de entrar en su habitación, simplemente lo hizo.

— Pero ¿esto qué es? ¿Katy Perry? ¿En serio? — Lo miró consternado —. ¿Por qué no me atraviesas el corazón con una espada y acabamos con esta tortura de una vez?

Al escuchar su voz, Ji Yong se giró lentamente hacia él e intentó que, a pesar del alivio que sentía, su rostro no mostrase ninguna emoción. No le sorprendió que él se comportase como si nada hubiese ocurrido entre ellos; estaba familiarizado con su fingida indiferencia. Con un nudo en la garganta, le siguió el juego.

— Pues no parece una mala idea. ¿Dónde guardáis las espadas en esta casa? No me gustaría ensuciarme las manos con un cuchillo de cocina; todavía tengo que terminar de escribir una escena.

SeungHyun sonrió como un niño, atravesó la habitación con dos grandes zancadas y se dejó caer sobre la cama de Ji Yong, tumbado boca arriba e ignorando (probablemente a propósito) que se le había subido un poco la camiseta dejando al descubierto la piel morena y cálida. Ji Yong apartó la mirada de su atrayente estómago y maldijo interiormente al deducir que ahora la cama olería a él, a ese aroma tan delicioso y masculino... Bien. Ya tenía una tarea nueva de la que ocuparse: cambiar las sábanas.

SeungHyun sonrió satisfecho al advertir dónde se habían quedado suspendidos sus ojos y se dio unas pequeñas palmaditas en la tripa, levantándose más la camiseta.

— ¿Y con qué escena erótica me vas a sorprender hoy? Por lo que veo, estabas inspirándote... — Señaló el portátil con la cabeza —. Vamos, no te cortes; no cobro por mirar, solo por tocar.

— No sé cómo consigues convivir con tu estupidez. Debe de ser agotador ser tú mismo. Y ahora vete. Tengo que terminar de escribir.

SeungHyun se puso de pie, apagó la cadena de música y rodeó la silla del escritorio, acercándose a él más de lo necesario. Uno de los tirantes de su camiseta azul había resbalado, dejándole ver la curvatura del hombro repleto de diminutas pecas y una parte más amplia de su pecho. Atrapó entre sus dedos un mechón de cabello diminuto castaño y, sin dejar de tocarlo como si estuviese memorizando su tacto, inclinó la cabeza hasta que sus labios rozaron la oreja del chico. Notó su agitación.

— ¿Ni siquiera me has echado un poco de menos?

Ji Yong dejó de mover las manos por el teclado. Era estúpido fingir que podía concentrarse en algo mientras sentía el cálido aliento de SeungHyun acariciando su piel.

— Ni un poco — siseó.

Él sonrió travieso e inspiró hondo.

— Sigues usando la colonia que te regalamos por tu cumpleaños.

— Sí, me gusta, ¿Cuál es el problema?

— El problema es que eres como una deliciosa golosina andante de vainilla. Y me dan ganas de comerte.

Ji Yong hizo de tripas corazón y lo miró por encima del hombro. Estaban muy, muy cerca. Descendió la vista hasta sus labios entreabiertos y sintió un leve escalofrío. Mierda. Ojalá pudiese matar y sacrificar cruelmente a todas sus dichosas hormonas.

— Si tienes hambre, baja a la cocina. Sun Hee habrá dejado algo por ahí.

— No es hambre de comida, pecoso. Es hambre de ti.

『다시 만나야 할 33 가지 이유 』 » GTOPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora