Al principio, sucedía sin que yo lo decidiera. Después, al saber que los recuerdos devolvían el tiempo a la época y lugar que uno quisiera, le encontré sentido al hecho de quedarme mucho rato y silenciosa al lado de la abuela. Uno siente el calor. Al rato de estar sentada al lado de alguien, sin tocarse, una siente el calor. Es un calor muy agradable. Aumenta poco a poco. No es necesario hablar. En algún momento, parece como si uno estuviera hablando con la persona que tiene al lado.
Por eso hay gente que no soporta estar sola. Pienso en esa gente, me imagino que es gente que no tiene con quién sentarse en silencio y pasar un rato sintiendo el calor de la compañía. Al pensar en esto, imaginé a la abuela en el asilo y me dio por creer que allí no había encontrado nunca el calor de las personas que se sentaban a su lado. Por eso le fastidiaba todo: que encendieran el televisor cuando ella estaba embelesada mirando la pantalla en blanco; que la pusieran a hacer gimnasia cuando ella prefería estar quieta; que la llevaran de paseo por ese jardín sin árboles precisamente cuando ella permanecía quieta y con la mirada puesta en las ramas de un árbol imaginado y en el nido de pájaros que se escondían entre esas ramas.
Nadie quiere que lo muevan del sitio donde está quieto y feliz.
-Estar acompañado -le dije un día a mi madre-no es estar hablando con la gente. Hay veces en que me siento mejor acompañada con el silencio.
Por una vez en la vida, me dijo que tenía razón.-A eso es a lo que le llaman calor humano -dijo ella dándome un beso en la frente y abrazándome.
Me negaba a pensar que la abuela no se enteraba de nada. No quería aceptar que ella no sabía que yo era su nieta o que Francina era su hija y Alfonso, mi padre, su yerno. Sobre todo, yo no quería aceptar que la abuela no sabía que su nieta le estaba hablando de los viejos tiempos, de cuando jugaban juntas, de cuando ella se ponía de mi parte si mis padres me prohibían hacer algo o me castigaban por haberlo hecho.
La abuela estaba siempre allí para defenderme.
-Mamá -le pedía mi madre a la abuela en ese entonces-. No alcahuetee tanto a la niña.
La niña era yo. A veces, quisiera volver a ser esa niña.
La máquina del tiempo se devolvía lentamente. Pude habérselo dicho a mis padres. Si no lo hice fue porque siempre tuve miedo de que no lo entendieran. Además, ese sería mi secreto. La abuela no sería la anciana silenciosa, incapaz de valerse por sí sola, incapaz de saber que se estaba haciendo sus necesidades sin saberlo. Nada de eso. Lo que yo quería era que, a su lado, pensando en ella, teniéndola cerca o sabiendo que estaba en su cuarto, ella dejara de ser la mujer que era ahora y volviera a ser la que fue hace años en mi vida.
La abuela lloraba a veces en silencio y yo pensaba que no estaba llorando. La gente llora porque algo le dude, por dentro o por fuera. Se llora también de emoción. De felicidad. Se llora porque se ha perdido algo que amábamos.
¿Lloraba por alguna emoción?
No, las emociones son distintas. Aunque lloren los ojos, a las emociones se les puede ver un brillo especial.
Pensaba que la abuela tenía los ojos cansados, que se le cansaban de tenerlos todo el tiempo abiertos. Y que las lágrimas eran la protesta de los ojos por-que la luz era muy fuerte. Por eso se le salían las lágrimas, porque la luz era muy fuerte.
Mis padres no querían que yo le ayudara a la enfermera. No me lo prohibían directamente. Yo sentía que no les gustaba. No querían que, por ejemplo, ayudara a bañar a la abuela. Yo sabía cómo hacerlo porque había visto cómo lo hacía la enfermera: le quitaba la ropa y, con cuidado, la metía en la bañera, llena de agua tibia. Entonces le pasaba una esponja con jabón líquido por el cuerpo, muy lentamente. Por la espalda, por el cuello, por el estómago, por los muslos, por las piernas. Ella cerraba los ojos. Le hacía cosquillas cuando le pasaban la esponja por la planta de los pies. Y si cerraba los ojos cuando le chorreaba por la cara el agua y la espuma del jabón, era porque sabía que el jabón le irritaría los ojos.
Los pechos de la abuela eran pequeños y arrugados. Toda su piel era arrugada y blanca, casi amarilla, llena de pecas y con venas que sobresalían. Por la falta de sol. Yo pensaba que era una piel tersa, que debía de ser muy tersa.
Se lo dije un día a la enfermera.
-Sí, es muy tersa -respondió ella.
- ¿Puedo frotarla con la esponja?
- Pásale la esponja por la espalda y verás lo tersa que es su piel -me dijo ella.Recuerdo que mi madre entró al baño y me pidió que la dejara sola con la enfermera.
¿Para qué se quedaban solas mi madre y la enfermera?
Tonterías.Mi madre no quería que pasara mucho tiempo con la abuela. ¿Por qué? Un misterio. Otro misterio. Un día lo aclararía, me dije, aunque lo aclaré al escuchar que mi madre le pedía a la enfermera ser muy estricta y no permitir que yo estuviera todo el tiempo con ellas.
-No quiero que la niña se acostumbre a estar siempre con ella -escuché que le decía a la enfermera-. La enfermedad de mi madre es muy grave y ella parece no haberse dado cuenta.
Me fui a buscar la palabra "enfermedad" y encontré que es "una alteración más o menos grave de la salud". Y como hay que saber lo que es salud, fui a buscar esa palabra.
Mi mamá se dio cuenta de mis pesquisas y me preguntó si quería saber qué eran enfermedad y salud.
-Pues no -le dije-. No fui a buscar en el diccionario lo que quiere decir salud, porque sé que es lo contrario de enfermedad. Puro sentido común, mamá. ¿Por qué dicen que la abuela está enferma?
-Porque no recuerda nada -dijo mi padre.
- ¿Qué hace la abuela, sentada todo el día en el mecedor de su cuarto? Los enfermos no se pasan todo el día con los ojos abiertos, sentados en un mecedor. No veo que a la abuela le duela nada, no se queja nunca y siempre tiene buen color en la cara.
-No se sabe -dijo mi padre-. A lo mejor piensa, pero no puede decir lo que piensa. Lo que la abuela tiene te llama enfermedad del olvido.
-A lo mejor recuerda y piensa, pero no puede decir lo que recuerda y piensa -dijo mi madre.No había quién los entendiera. Quiero decir: a mi madre y a mi padre no los entendía nadie.
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En la laguna más profunda.
Teen FictionNovela de Óscar Collazos, escritor, periodista y crítico colombiano. Es una obra perfectamente accesible para lectores jóvenes.